El viento de cola que acompañó milagrosamente la gestión de Néstor Kirchner en la presidencia de la Nación dejó de soplar. Muchas cosas influyeron para que el fenómeno meteorológico se convierta hoy en un factor adverso que, así como aportaba todas las bonanzas al hombre del matrimonio, ahora altera constantemente la gestión de su esposa y sucesora, Cristina Fernández.
Lejos quedó la sensación de que Cristina Kirchner iba a redondear una administración exitosa con un mayor respeto a las instituciones democráticas, que había quedado como el lado flaco del gobierno de su antecesor.
Pero como Néstor Kirchner lidió con la crisis que había comenzado en el 2001, aunque con el camino allanado por la breve gestión de Eduardo Duhalde, tuvo el favor de la ciudadanía que le perdonó sus actos de "enfant terrible" como se le perdona casi todo a los exitosos.
Al punto la ciudadanía mostró tolerancia a actitudes de Kirchner como esmerilar la oposición, tejer alianzas con los capitostes de factores de poder que parecía iban a ser desalojados, que le dio el triunfo electoral a su esposa.
Pero desde que Cristina asumió, nada fue igual. No lo fue la esperanza de sus votantes en que diera un cariz más institucional, respetuoso y razonable a la relación con políticos opositores, empresarios, productores agropecuarios y en fin, a aquellos que constituyen ese poder fantasmagórico que es la clase media.
Con todo a favor, Cristina hizo la plancha y fue cediendo a las presiones de su esposo para que le traspase a él el mando real. Prefirió quedarse con el papel de intentar una renovación en el ámbito de las relaciones internacionales, otro factor que Néstor descuidó hasta un grado de irresponsabilidad.
Pero tampoco tuvo éxito en ese segmento, porque optó por seguir a pie juntillas los consejos de su esposo. Entonces, Cristina Fernández fue vista en cuanta participación de foros internacionales tuvo como una dura crítica al mundo capitalista y desarrollado -el mismo que ella practica en el ámbito doméstico, porque hasta ahora su gestión no tiene nada de socialista- y volvió a mirarse el propio ombligo en vez de recurrir a la apertura que tanto se necesitaba.
La Presidenta gusta de salir al mundo para repetir afuera las lecciones que da en lo interno cada vez que se presenta ante la opinión pública. Es que a esta altura parece que el matrimonio está convencido de ser el dueño de la verdad revelada, y con esa postura es difícil que las cosas que comenzaron a andar mal, puedan enderezarse.
Una suerte de miopía progresiva parece estar afectando a los esposos Kirchner. Si no, cómo podría explicarse que en uno de los momentos más críticos de su gestión, después del largísimo conflicto con el campo, la primera mandataria haya optado por hacer un viaje turístico al norte de África, mientras la Argentina se debate en la creciente incertidumbre sobre la forma en que la crisis global afectará, y ya afecta, al país.
Al final, resultó que la Argentina no estaba blindada, como tanto pregonó la Presidenta, porque lejos de la aspiración del kirchnerismo, el país no es una isla en un mundo que cuestiona: está tan interrelacionado con el resto del planeta como cualquier otra nación emergente, y los estertores de afuera hacen mella y cómo, adentro.
Porque así como ha dado la bienvenida a las inversiones extranjeras en el país, también habría tenido que comprender que las empresas multinacionales responden a las directivas de sus casas matrices, y no a las que el gobierno cree dar.
Así como en su momento aprovechó de la riqueza que atrajo al país el boom de las exportaciones de soja, y luego sintió la necesidad de dar un zarpazo mayor con la excusa de que los productores ganaban demasiado, hoy siente el horror de constatar cómo cae en picada la recaudación impositiva: mató a la única gallina de huevos de oro que quedó, el campo, y ahora padece en carne propia las consecuencias.
La situación de los trabajadores argentinos pende de un hilo muy frágil y el Gobierno no atinó a comprender la gravedad del mensaje: la observación maravillada de uno de los fenómenos más esplendorosos de la historia de la humanidad, como el símbolo de la tumba de Tutankamon, deslumbró a la primera mandataria que prefiere no mirar lo que tiene que ver en realidad.
Hoy, ya aterrizada en Argentina, Cristina Kirchner se encuentra con un panorama por demás complicado y va a tener que arremangarse de verdad, y por primera vez desde que asumió, para ver cómo sale de este entripado, no sólo por los daños que están sufriendo los ciudadanos, sino por las malas perspectivas que se proyectan sobre su performance electoral cuando el año que viene dé la primera prueba.
(*) DyN