El ingrato final del Procurador Righi corona un desenfrenado avance del Vicepresidente de la Nación cuyo desenlace político aún no se avizora, al abrir un frente interno y nuevos realineamientos forzosos dentro de las fuerzas en el Gobierno.
El Procurador no es desplazado por un súbito afán de transparencia del gobierno ni para darle nuevos bríos al Ministerio Público o para transformar la justicia para mejor.
El ruin móvil que anima a Boudou y sus serviciales abogados es el de frenar la investigación que lo compromete.
Con ese fin no vacila en hundir todo el arpón en el talón de Aquiles de Righi: el estudio que fundó, que integran sus familiares y de cuya repentina influencia se valieron otros funcionarios del gobierno y la propia Presidenta cuando fue investigada por enriquecimiento ilícito.
Con la palabra mafia en los labios el insaciable Vicepresidente reprocha implícitamente a Righi su falta de eficacia en brindarle una protección a la que se cree acreedor y que el ahora sacrificado supo brindar con eficacia a muchos otros cuando estuvieron en apuros semejantes.
En esta guerra no valen nada los pergaminos, el prestigio algo chamuscado ni los servicios prestados.
Con Righi se retira un jefe de fiscales que había generado expectativas de una reforma que no fue, habituado a moverse hábilmente en las trastiendas para preservarse, con escaso apego a la transparencia y sin vocación de rendir cuentas por su gestión, aferrado a su proverbial cinismo y a los libros de historia.
Sin los buenos modales y las glorias pasadas del renunciante, el panorama es poco alentador: es probable que el Gobierno, aprovechando su mayoría parlamentaria, trate de ubicar a un soldado que trate de disciplinar a jueces y fiscales con mayor brutalidad y sin un prestigio que lo inhiba para la tarea sucia que se le demandará.
(*) Diputado nacional de la UCR. Ex Fiscal Nacional de Investigaciones Administrativas.
