El ¿sorpresivo? anuncio de Miguel Ángel Pichetto como precandidato a vicepresidente de Mauricio Macri termina de sepultar lo poco que quedaba de la tercera vía. La salida del rionegrino de Alternativa Federal se suma al regreso de un pródigo Sergio Massa al kirchnerismo (el mismo del que se fue hace seis años) y a la partida de Roberto Lavagna, que se llevó sus sandalias con medias al robertolavagnismo crítico para fundar Consenso 19. El peronismo no-K se queda así solo con dos de sus integrantes originales, a poco más de seis meses de fundarlo. Uno es el cordobés Juan Schiaretti, que ratificó su pertenencia al espacio, una aclaración casi innecesaria porque no tenía previsto competir por un cargo nacional este año. Y el otro es el salteño Juan Manuel Urtubey, que confirmó su precandidatura presidencial casi por reflejo: no puede reelegir como gobernador (tal vez tenga tiempo de apuntar a un cargo legislativo en los comicios provinciales de noviembre).
Urtubey dijo este martes 11 de junio que la alianza de Pichetto con Cambiemos lo fortalece porque queda como "único representante" de la "ancha avenida del medio" que ajustó a bicisenda en los últimos meses. Ni el gobernador de Salta ni ninguno de sus excompañeros llegaba a medir dos cifras en las encuestas cuando todavía iban en grupo, menos ahora que son solistas. Demasiado poco para el espacio que aspiraba a representar a ese 62% de argentinos que supuestamente todavía no decidió su voto. El partido que nació como alternativa a Macri y a Cristina obligará a los electores a votar por Macri o por Cristina.
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En rigor, la salida de Pichetto, Massa y Lavagna solo blanqueó una situación inevitable a pesar de sus esfuerzos: la decisión final iba a estar entre Cambiemos y Unidad Ciudadana (nombres que quedarán caducos la semana que viene). La polarización iba a producirse de cualquier forma, sea en las PASO, en la primera vuelta de octubre o en el balotaje de noviembre. No hay lugar para matices y a los tibios los vomita Dios. Su alternativa habría sido viable si el escenario de 2015 hubiera cambiado, pero la política pegó la vuelta para terminar en el mismo lugar: cuatro años después, el kirchnerismo y el macrismo conservan sus minorías intensas, dos tercios que apuntan a quedarse con la mayor parte del tercero.
La situación podría haberse superado si el peronismo hubiese podido construir una síntesis que cierre el pasado y abra camino al futuro, como la renovación de los '80. Pero no hubo actualización doctrinaria: las ideas de los alternativos son las mismas que había durante el kirchnerismo, pero con globos y redes sociales. El macrismo pudo abrir el juego a tiempo al resto del peronismo, pero la victoria de 2017 lo empecinó en mantener el mismo camino y después pasaron cosas. En este contexto, es posible que el empate hegemónico se mantenga otros cuatro años: aunque no explote todo por los aires, una eventual presidencia de Alberto Fernández se verá obligada a la ortodoxia con poco margen para crecer. Y un posible segundo mandato de Macri tendrá que acordar con todos los espacios posibles para conseguir las reformas (laborales, previsionales, impositivas) que pedirá el FMI para renegociar el acuerdo. Todos harán campaña con el cambio para modificar una situación difícil —casi imposible— de cambiar. Tal vez en ese escenario quede lugar para una tercera vía.
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Mientras tanto, la jugada de Pichetto le devuelve, por ahora, la iniciativa política al macrismo, y logra la tan ansiada calma (y hasta optimismo) de los mercados que necesita para que el dólar y la inflación no se disparen en los próximos seis meses. Massa (que, a diferencia de su exaliado, parece haber negociado a pérdida) debe apurar en las próximas horas el acuerdo con el kirchnerismo para no quedarse afuera de todo. Ambos huyen de un centro que ya no existe, mientras sus nuevos aliados corren al centro para quedarse con los escombros. Ojalá no llueva piedra.