POLITICA
Lo que se viene

El desayuno de Macri y Alberto: impulsos contra la locura

Lo que en cualquier país es valorado como algo normal, en Argentina llama la atención: una transición ordenada. Qué esperar el día después.

Alberto Fernández al salir del encuentro con Mauricio Macri en la Casa Rosada.
Alberto Fernández al salir del encuentro con Mauricio Macri en la Casa Rosada. | NA

La emergencia socioeconómica argentina es de tal magnitud que pareciera que cualquier análisis que no la sobrevuele luce irrespetuoso. O anecdótico. Casi como un festejo de cumpleaños en medio de una guerra, si se me permite la arriesgada metáfora. Sin embargo, el voto de los argentinos del domingo 27 y las reacciones del presidente saliente y del electo, desayuno incluido, abren ventanas para mirar más allá del incendio. Aunque se vean las llamas.

Vayamos por partes. Está dicho en las últimas horas que tanto en Juntos por el Cambio como, sobre todo, en el Frente de Todos esperaban una mayor diferencia en los resultados. Mauricio Macri sumó más de 2 millones de votos respecto a las PASO y no es poca cosa pese a que no le alcanzó para llegar al ballotage, tal como preveíamos desde aquí como baño de realidad ante la utopía del #SíSePuede.

Su 40% exhibe una fortaleza en Macri que no tuvo en agosto y ni siquiera en las generales de 2015. En especial si se tiene en cuenta que carga ya con el peso de una gestión muy deficiente en lo económico y social. Hay muchos factores propios y ajenos que pueden explicar ese voto. Pero deja claro que el cambio de estrategia de campaña (pasar de la big data y las redes a recorrer el país con actos más inspirados en el peronismo que en la “nueva política” de Marcos Peña) debió tener su porcentaje de incidencia.

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Lo mismo, pero a la inversa, con el presidente electo Alberto Fernández. Acaso sintiéndose ganador por paliza tras los números de las primarias, bajó la intensidad de la campaña y se dedicó a lo que más le gusta y lo distinguió en su carrera política: la rosca. También logró crecer en su caudal electoral respecto al 11 de agosto, pero no pudo evitar que Macri le recortara la mitad de la diferencia de 16 puntos a 8.

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Si tomamos con optimismo los resultados, puede interpretarse que el peronismo regresa al poder sin un cheque en blanco. El 48-40 lo obligará a negociar con la futura oposición que hoy es Gobierno y eso siempre es alentador en una democracia como la nuestra, tan tentada a los presidencialismos autómatas y a las aspiraciones hegemónicas.

Pensándolo mal (y, sí), esta polarización del 88% sólo superada desde la restauración democrática por la elección de Alfonsín vs. Luder, también podría ser interpretada como una profundización de la grieta, que tanto proclamamos querer superar y en los hechos se alienta.

Contra esa idea, resulta un síntoma de madurez el desayuno que mantuvieron Macri y Fernández. Lo que debería ser normal, acá suele resultar llamativo. No está la situación para que dos hombres de Estado, el que se va y el que viene, se comporten como si hubiera lugar para las pequeñeces.

Semejante buen gesto, igual, no se condice con otra señal dantesca de la anormalidad argentina. La bienvenida restricción para comprar dólares de atesoramiento personal (que pasó de un cepo generoso a uno draconiano) desnuda en realidad la locura que significó que el Banco Central vendiera miles y miles de millones de dólares de las reservas como aporte para la campaña. Ojalá la transición que se abre tenga más lógica y menos desquicio. De ambos lados.