Dentro de Casa Rosada no quedan fuerzas ni para jugar al internismo. La devaluación imparable del peso también se llevó puesto el tradicional pase de facturas entre las diferentes tribus que conviven en Cambiemos. Sin que exista un acuerdo explícito, los sectores políticos, comunicacionales y económicos, más el el ala radical, parecen haber alcanzado una tregua.
Mientras Marcos Peña niega cambios de gabinete, tampoco hay pujas a la vista, orientadas a sumar una cuota de poder a costa de otro grupo. Tal es el nivel de preocupación imperante en el oficialismo. Porque el macrismo transita algo más grave que una crisis financiera: se muestra desorientado y sin control de sus principales variables económicas. Esa es la imagen que exhibe. La breve performance televisiva de Mauricio Macri no sirvió para revertir ese clima. Al contrario, inmediatamente después de su mensaje grabado se aceleró la suba del dólar. Se trató de una presentación en la que, lejos de anunciarse un acuerdo cerrado, el presidente planteó el deseo de apurar la llegada de dólares por parte del FMI.
Preocupación oficial, rumores de renuncia y las lecciones del ala política
“No me gustó el formato. Faltaron argumentos. Pero tampoco quiero caer en el facilismo de señalar culpables. ¿Quién me garantiza que reemplazando a Peña o a Nicolás Dujovne se solucionan los problemas? No hay mucho más por hacer”, se resigna un dirigente radical con acceso a la Rosada.
Los funcionarios muestran una mezcla de sorpresa y desazón, sobre todo después de haber puesto en marcha el ajuste pactado con el FMI. El oficialismo ya “hizo los deberes”: en bruto, apuró recortes, aún a costa de potenciar la recesión. Los mercados, sin embargo, siguen mirando de reojo al gobierno de los CEOs. Frente a esa desconfianza, el macrismo vuelve a apostar a un optimismo de pago diferido: los frutos económicos del sacrificio, sobre salarios que se deprecian diariamente, se percibirían en un futuro cada vez más incierto.
El macrismo transita algo más grave que una crisis financiera: se muestra desorientado y sin control de sus principales variables económicas
Mientras dura la espera, el ala política del gobierno busca regalarse una buena noticia: llegar a un acuerdo por el presupuesto 2019 con los gobernadores. Según la promesa de Dujovne a madame Christine Lagarde, el presupuesto tiene que incluir un ajuste fiscal del 1,3%. “No vemos irracionalidad en la oposición. Hay buena voluntad para acordar”, se entusiasma (y a la vez presiona sutilmente) un funcionario del Ministerio del Interior. La negociación está atada a un deadline: el 15 de septiembre, fecha en la que el Ejecutivo debería mandar el proyecto al Congreso. Los 15 días que faltan representan una enormidad de tiempo para un gobierno que vive al día.