La relación entre Franco y Mauricio Macri nunca fue una relación idílica. Por el contrario: “En mi padre conviven dos personas, la que me ama incondicionalmente y la que me boicotea”, reconoció hace pocos días, y con una sinceridad absoluta, el flamante presidente electo.
Para el patriaraca, Mauricio siempre fue el hijo “predilecto”. Pero también su principal cometidor; y hasta su enemigo. Desde los 13 años comenzó a prepararlo con la idea de que pudiera heredar su imperio. Lo llevaba a reuniones. No solo en el país sino también en el exterior. Y hasta lo obligó a participar en algunas decisiones de negocios, aunque para Franco la palabra de su hijo nunca tuvo demasiada importancia.
Competitivo por naturaleza, Franco exigió al máximo a Mauricio. Pero no hizo lo mismo con sus otros cuatro hijos. Sandra y Gianfranco, por ejemplo, crecieron alejados del mundo de los negocios. Se le revelaron de chicos, y hasta tuvieron que cambiar varias veces de colegios. A Sandra -que falleció el año pasado a los 53 años, víctima de una larga enfermedad- se le dio por explorar en una pseudociencia que estudio los fenómenos paranormales: la parapsicología.
Gianfranco, en cambio, comenzó a involucrarse de más grande en el negocio familiar, al punto de que hoy es una de las cabezas del Grupo Socma, el conglomerado de empresas del clan y uno de los grupos económicos más importantes del país. Mariano -el tercer hijo varón del empresario italiano- también está ligado al mundo empresarial, mientras que Florencia, la más chica de las herederas, es conocida más por sus romances y su estilo bohemio, que por su ligazón a los negocios.
Jaque mate. La rivalidad entre Franco y Mauricio trascendió al ámbito familiar, incluso antes de que el actual jefe de gobierno porteño se lanzara como candidato a la presidencia de Boca. Una anécdota que cuenta Gabriela Cerruti en su libro “El Pibe” grafica la relación enfermiza.
Franco era un buen ajedrecista. Se jactaba de ser el mejor de la familia. Todos los domingos padre e hijo jugaban una partida antes del almuerzo.
“Este pendejo pelotudo no me va a ganar a nunca”, cuentan que el magnate llegó a decir, más de una vez, en la mesa familiar.
Las partidas, a veces, duraban varias horas. Mauricio era un gran jugador y Franco un obsesivo y enfermizo competidor. Jugaron durante tres años sin alterar la rutina. Mauricio tenía 16 años. Una mañana le cantó jaque mate a su padre. Fue como si le hubiese clavado un puñal en el pecho. Franco no lo felicitó. Miró las piezas en silencio, dobló el tablero y cerró la caja. Nunca más volvieron a jugar al ajedrez.
Mauricio habló muchas veces del particular vínculo con su padre. Sobretodo cuando su nombre comenzó a trascender en la política. “Nunca me iba a dejar ser nadie en la empresa. En Boca no se podía meter”, reconoció Mauricio, cuando todavía presidía al club de la Ribera, su trampolín para llegar a gobernar la ciudad de Buenos Aires.
No hace mucho Franco volvió a ponerle palos en la rueda a su hijo. En febrero del año pasado había declarado que “el próximo presidente” tenía que “salir de La Cámpora”. Sus palabras no causaron tanto impacto porque el jefe del clan ya se había manifestado a favor de la continuidad del kirchnerismo, llenando de elegios los logros de Néstor y Cristina en la última década.
“Son dos caras de la misma moneda: me permitió educarme, me dio mis primeras oportunidades de trabajo y me dio la locura por el hacer. Hasta que empezó a boicotearme y me di cuenta de que tenía que abrirme y desarrollé la locura por el fútbol y por Boca. Y a partir de ahí los quiebres fueron públicos y fue duro”, reconoció Mauricio en las últimas semanas.
Sin embargo, el último tramo de la candidatura de Mauricio sirvió para acercar posiciones. Padre e hijo se reecontraron en el hospital Italiano, donde Franco estuvo internado por una hemorragia interna. No fue hace mucho: el sábado 17 de octubre pasado. Apenas una semana después ocurrió algo inesperado: el jefe del clan, de 85 años y visiblemente deteriorado, llegó al búnker muy emocionado. Saludó afectuosamente a su hijo en el vip del Complejo Costa Salguero. Ese fue el principio de un nuevo vínculo y de un reconocimiento sincero -aunque tarde- de un padre que en la última etapa de su vida llegó a expresar un sentimiento de orgullo por el esfuerzo y la carrera de su hijo predilecto, nada menos que el próximo presidente de todos los argentinos.
“Yo aprendí mucho de él”
Mauricio no esquivó la pregunta sobre la particular relación con su padre, en una de las tantas entrevistas que brindó en las últimas semanas.
“Uno siempre sabe que uno no está para toda la vida en este lugar. (...). Él fue el que me trajo a este mundo, y me dio la oportunidad de educarme, me dio oportunidad de trabajo. Yo aprendí mucho, es un hacedor”, recordó en el programa “Los Leuco”·de TN, pero más tarde remarcó: “Estuvo luego esa época fea que el que me había enseñado, empezó a boicotearme y ahí fue donde tomé la decisión de irme porque me iba a hacer mal y aproveché a desarrollar la locura mía por el fútbol y por Boca”.
El vínculo parece haberse recompuesto en la última etapa, según ilustró Mauricio: “Eso fue un quiebre. Fueron momentos duros. Alguien que tiene el nivel de exposición pública como mi padre y que haya sido tan crítico conmigo en muchos momentos, dolía diez veces más. Pero yo siempre dije que yo no iba a permitir que se vaya de este mundo sin que tengamos una relación. Yo pasé unos minutos por la casa de él y jugué un rato a las cartas para estar con él”.