Uno de los hombres más importantes del riñón íntimo del presidente Mauricio Macri lo bautizó “Mr. Excel”. Fue un poderoso vicejefe de Gabinete y controlador de la mitad de los ministros nacionales. Con menor rechazo que su par, y amigo personal, Mario Quintana (hoy aún afuera pero intentando regresar), había caído en desgracia hace tres meses con el recambio ministerial.
Sin embargo, Gustavo Lopetegui, el flamante secretario de Energía, volvió a transformarse, con cargo formal nuevamente, en una pieza clave para el Gobierno. Ya como vicejefe tuvo a su cargo el área energética y discutía con el ex ministro del área Juan José Aranguren, por caso, el esquema tarifario. Aunque, en rigor, no es un especialista en el sector petrolero.
A tres años de la asunción de Cambiemos, se transformó en una de las voces más escuchadas por el jefe de Estado para tomar decisiones: desde cambios de gabinete pasando por prioridades de gestión hasta las dependencias donde recortar fondos.
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También fue uno de los que convenció a Macri, junto con Guillermo Dietrich, el ministro de Transporte (a quien también controlaba como vicejefe), de la conveniencia de sumar a Javier Iguacel, quien dio a conocer su renuncia este viernes como secretario de Energía.
A diferencia de Quintana, quien se mostraba como el “jefe” de sus controlados, Lopetegui siempre mantuvo una distancia prudente e intentaba ser un “facilitador” de los ministros. De hecho, con Nicolás Dujovne (Hacienda) no tuvo grandes roces ni tampoco con Rogelio Frigerio (Interior).
Claro que su mirada fría sobre los números, el déficit fiscal y la organización del Estado lo llevaron a chocar de frente en no pocas oportunidades.
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Las dos primeras fueron con Isela Constantini por el manejo de Aerolíneas Argentinas (en los papeles no podía participar por su paso por LAN pero fue clave para la salida de la funcionaria), un área que conoce muy bien, y por el otro lado con Carlos Regazzoni, del PAMI, a quien le pedía un ajuste ortodoxo que el dirigente de Almirante Brown no quiso ejecutar.
También protestó, siempre con buenos modales y en voz baja, por los bajísimos niveles de ejecución presupuestaria y serios inconvenientes en las compras del Ministerio de Salud mientras Jorge Lemus estaba a cargo. Incluso, tuvo que sufrir a Francisco “Pancho” Cabrera, cuando estaba en Producción, quien venía de ser rechazado por Quintana como controlador.
Perfil bajo. Obsesivo, metódico y adicto al trabajo, en su pequeño despacho en el primer piso de la Casa Rosada (oficina que conservó a pesar de ser “asesor”) lucen entre 15 y 20 lápices de color rojo y negro y una pila de hojas. Lopetegui suele anotar los ejes de cada reunión a la que concurre.
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Gesto adusto, pocas palabras y una visión de la macroeconomía: fue el que instaló en la cabeza del Presidente la idea –que no llegó a concretarse– de que la Argentina “tiene que crecer de manera sostenida 20 años al 3%”.
En los últimos meses se lo pudo ver participando de los encuentros del gabinete y Macri le había pedido que supervise de manera personal las obras públicas bajo el sistema PPP (Participación Pública Privada), un sistema de contratación donde los privados consiguen el financiamiento y que fueron suspendidas.
A pesar de que fue CEO de la aerolínea chilena LAN, fundó la cadena de supermercados EKI y tuvo empresas alimentarias, su paso por la función pública lo tuvo como ministro de la Producción de Felipe Solá. En ese cargo llevó como jefe de asesores a un joven economista de rulos: Martín Lousteau. De esos años también conoció a otro joven, que era secretario privado de Solá: el viceministro político del Interior, Sebastián García de Luca, uno de los pocos peronistas que quedan en Balcarce 50.