La discusión sobre la crisis de la educación pública en Argentina es una asignatura pendiente que debe involucrar a todos los integrantes de la comunidad: docentes, no docentes, alumnos, padres, funcionarios y legisladores. La ausencia de ese debate profundo queda expuesto cuando vemos la anomia por la que estamos atravesando (que sin duda es mayor en el sistema medio).
Esa anomia tuvo su mayor demostración en los últimos días cuando vimos la intromisión en los colegios de militantes y dirigentes de La Cámpora, pero también cuando la respuesta a esto por parte del ministro de Educación esta más dedicada al enfrentamiento que a pensar qué proyecto educativo queremos para los próximos veinte años. Su respuesta fue el marketing inconsistente: habilitar una línea de teléfono gratuita como si la educación fuese una mercancía de venta directa en la televisión.
En el medio quedan los chicos y los padres que aparecen ajenos a las disputas de los poderes políticos. Al quiebre de reglas institucionales se le responde con un sistema de delación que vuelve a quebrar las institucionalidad, porque el sistema educativo porteño tiene todos los resortes y las instancias necesarias para evitar anomalías. No hace falta el Llame Yá o el 0800 Delatar de Bullrich.
Existen mecanismos institucionales para saber qué es lo que pasa en cada una de las escuelas, para eso están los docentes, directivos, supervisores, padres y alumnos. Pareciera que el ministro lleva adelante las mismas prácticas que las del gobierno nacional: perseguir y escrachar a quienes piensan distinto.
Pero el enorme desaguisado educativo no terminó ahí: un grupo de docentes parodió al Jefe de Gobierno, el ministro los separó de su cargo y el gremio decidió un paro. Resultado: miles de pibes pierden otra vez un día de clase, los padres hacen malabares para poder estar con ellos y el conflicto lejos está de resolverse.
En definitiva, una cadena de errores y de abusos que llevan a un callejón sin salida. El ministro debería saber que la separación de un cargo se da en casos extremos como dolo, robo, abuso o violencia y que si hubiera alguna actitud reprochable (que la hay) a los docentes, está el apercibimiento.
Tampoco puede desconocer que esta parodia fue hecha en el marco de un conflicto gremial y político. Su decisión nos hace acordar a la triste frase "ramal que para, ramal que cierra".
Sostiene también el ministro que fue ofendida la figura del Jefe de Gobierno como si éste fuera un monarca. Debe aceptar, ministro, que todos los funcionarios públicos estamos expuestos a las críticas, reproches y aprobación.
Es evidente que Bullrich reaccionó en forma espasmódica tal como lo hizo con la creación de esa línea telefónica, pero sería deseable que los docentes defiendan a sus compañeros con prácticas previas al paro.
El paro debería ser el último recurso no sólo porque se perjudica a los chicos y sus padres sino también por una razón estratégica: se deberían buscar mecanismos de protesta más creativos para ampliar la base de consenso frente a los atropellos que no sólo ocurren en la Ciudad sino también en el ámbito nacional.
Hay algo que los poderes de turno deben saber: los principios democráticos no sólo son la regla de la mayoría, sino que se basan en el respeto por las minorías, el disenso y la diversidad de opiniones.
* Vicepresidente de la Comisión de Educación de la Legislatura Porteña