Cuando atravesó la frontera de regreso a la Argentina, Jaime Stiuso estaba acompañado por su segunda esposa y su hija más pequeña; además de su abogado, Santiago Blanco Bermúdez. Sus otras dos hijas, mayores de edad, habían regresado antes y eran quienes más habían insistido para recuperar su vida cotidiana en la Argentina.
Desde su enfrentamiento con Cristina Kirchner y su separación de los servicios de inteligencia, Stiuso había vivido en Santa Mónica, California, cerca de su tío Victorio Stiuso, a quien en la familia llaman Vik. El kirchnerismo había difundido infructosamente desde hoteles hasta pizzerías en Miami para que las autoridades de los Estados Unidos informaran su paradero. La respuesta nunca llegó. El espía contó con la protección de los servicios de inteligencia norteamericanos durante sus meses de asilo en California, un vínculo que cosechó durante décadas y que se negó a quebrar cuando Cristina Kirchner cambió el rumbo de la investigación por la AMIA y promovió un acuerdo con Irán.
En 2001, cuando Stiuso llevaba ya tres décadas en la SIDE, una guerra entre espías terminó con la difusión, a través de Página/12, de una fotografía de Ross Newland, el entonces jefe de la CIA en la Argentina. La filtración provocó una crisis inédita con los servicios norteamericanos, que quebró el lazo de trabajos conjuntos que había caracterizado la década de los 90. Stiuso fue uno de los promotores de la reconstrucción del lazo con la CIA. Su asilo demostró que rindió sus frutos.
Los espías como Stiuso evolucionaron con una doble fidelidad. En el ámbito internacional siempre operaron en sintonía con las agencias norteamericanas. En el ámbito local, en cambio, la línea central de la SIDE respondía directamente a las órdenes presidenciales. Stiuso lo hizo con las autoridades militares primero, luego con Raúl Alfonsín, con Carlos Menem y con Néstor Kirchner, hasta que tras 42 años fue separado de los servicios por decisión de Cristina Kirchner.
Stiuso nunca volverá a ser aquello que era. El espía que tenía en sus manos las intervenciones telefónicas de los argentinos nunca hubiera polemizado al aire en Intratables, como lo hizo a mediados de semana. Una de sus fortalezas era su anonimato, el pasearse por las calles de Buenos Aires con las gorritas con vicera que, según cuenta Gerado Young en el libro Código Situso, gusta coleccionar a montones. Ahora se transformó en un actor público del poder.
Se ganó el beneplácito de Kirchner cuando ayudó a reducir los secuestros extorsivos que habían transformado en multitudinario el movimiento de Juan Carlos Blumberg. Y se transformó en un hombre de su confianza.
El acuerdo con Irán de Cristina Kirchner puso en crisis la doble fidelidad de Stiuso con los servicios norteamericanos y con las órdenes presidenciales. La firma del protocolo lo obligaba a elegir. Uno u otro. Fue la encrucijada que detonó la ruptura y su salida del gobierno. Optó por el asilo en Estados Unidos. Al regresar, la declaración judicial de Stiuso entrelazó su ofensiva contra Cristina Kirchner, al argumentar que su gobierno buscó encubrir la escena de la muerte de Alberto Nisman, apuntó contra su último adversario en el sistema de servicios de inteligencia, César Milani, y volvió a ubicar a Irán en el centro de sus acusaciones.
Avisó a sus allegados que se quedará en la Argentina. Hace un tiempo ya la mayor de las hijas lo convirtió en abuelo. Stiuso nació hace más de seis décadas, el 21 de junio de 1953. La decisión de Cristina Kirchner de acordar con Irán quebró la fidelidad presidencial que le había permitido ascender hasta el nivel superior de los servicios de inteligencia. Nunca rompió la otra