La Presidenta se quejó de una crítica contradictoria: “He pasado –dijo– de ser títere del doble comando a una deprimida crónica y ahora soy una autoritaria rebanadora de cabezas”. Formulado en forma de pregunta, lo mismo se expresaría así: “¿Pero si yo era débil, cómo ahora puedo ser tan fuerte?”.
Tiene razón: si lo anterior fuera cierto, no podría tratarse de alguien tan fuerte sino de una persona que tendría que sobreactuar fortaleza porque –precisamente– la aqueja alguna debilidad.
Quizás el senador pampeano y reciente renunciante a la candidatura a gobernador por el Frente para la Victoria en esa provincia, Carlos Verna, pueda estar confundiendo la representación con lo representado cuando, enojado, declara: “Los kirchneristas no son seguidores de Perón sino de Nerón”. O lo mismo Carrió, quien hasta no hace mucho acusaba a Néstor Kirchner de usurpar la primera magistratura porque la Presidenta era su títere y hoy ve una Cristina fálica que hasta finge llorar (“antes creía que lloraba en serio”, dijo).
Probablemente, ni la Presidenta era tan inválida cuando su marido vivía, ni sea hoy tan omnipotente. Aquellos que la veían antes y la ven ahora en las antípodas quizá tengan su mirada afectada por la pasión opositora y, conscientes o no, sesguen de la realidad sólo aquello que resulta funcional a sus creencias o conveniente para la crítica del momento.
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