POLITICA
A 50 años de la muerte del general

Los últimos 100 días de Perón: el pronóstico angustiante sobre la salud y el "encuadramiento" que nunca llegó

Los médicos habían convencido a Isabel Perón de cuidar al Presidente con una guardia fija, pese a las negativas de José López Rega, que no quería "intrusos".

Los 100 días de Perón
Los 100 días de Perón | Cedoc Perfil

Los delirios y caprichos de José López Rega no tenían límite. Su negativa para que el General fuera atendido por una guardia médica fija seguramente fue el más grave y el que deparó peores consecuencias. Pero las frases que los demás integrantes del entorno tenían que escuchar de boca de quien fue el secretario de Juan Domingo Perón en la última parte de su vida, los dejaban realmente azorados.

"El faraón ya está muerto y quiere volver a la pirámide", era apenas una de las que guardó en la memoria el médico Jorge Alberto Taiana, ministro de Educación nombrado por Héctor Cámpora y confirmado por el líder en sus gobierno,

Con el país convulsionado al extremo y su salud en declive irreversible, quizá el general no tuvo tantos días buenos en aquel último tramo de su vida. Pero el lunes 15 de abril de 1974 fue una excepción. Se sentía mejor y decidió volver a trabajar a la Casa Rosada. Como un anticipo, y después de bastante tiempo, había vuelto a pisarlo dos días antes en una visita para revisar algunas refacciones.

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Perón vuelve a la Rosada
La noticia en la tapa del diario Clarín del 16 de abril de 1974

El panorama parecía tranquilizarse un poco porque además, un tiempo antes, la presión de los médicos había surtido efecto e Isabel Perón había dado el aval para que su marido tuviera un equipo médico al lado, estuviera donde estuviera. Una guardia permanente para un hombre en riesgo, por su salud o por cualquier cosa que pudiera pasarle. Estaba integrada por Arturo Miguel Cagide, Guillermo de Elizalde, Carlos Seara, Alberto Tamashiro, Raúl Luis Cermesoni, Ángel Carlos Scandroglio y Carlos Garbelino, cardiólogos de primer nivel del Hospital Italiano. Para que el Presidente se sintiera cómodo, en la selección se priorizó que los médicos tuvieran ideas políticas de "centro" y que fueran, preferentemente, católicos.

El "encuadramiento" que nunca llegó

Juan Manuel Abal Medina, jefe del ala política del peronismo en ese momento, fue testigo íntimo de lo que sucedió en esas horas del retorno a la Casa de Gobierno, hace exactamente 50 años. Era un joven de 29 años en esos días, y recuerda todo el detalle.

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"El mismo 15, Perón me citó para el día siguiente, martes 16, a la Casa de Gobierno, adonde llegué a las 10:30. Luego de esperar unos minutos, conversé con el General por espacio de una hora. Me comentó que tanto a través de Gelbard como de Brunello había establecido contactos con 'los jóvenes' y esperaba propuestas de encuadramiento, ya que 'de eso se trata', cuenta Abal en su libro Conocer a Perón.

José Ber Gelbard era el ministro de Economía que, con el llamado "Plan Cero", buscaba mantener controlada la inflación, sin abandonar las políticas de bienestar. Duilio Brunello, un dirigente que había sido designado como interventor de Córdoba para normalizar la situación, luego de la destitución del gobernador Ricardo Obregón Cano, de la izquierda peronista, en la asonada policial conocida como Navarrrazo.

Perón y Ber Gelbard
Perón y José Ber Gelbard, en la puerta de la casona de Gaspar Campos

En su trabajo Los cuatro tiempos de la Tendencia Revolucionaria del Peronismo y la hegemonía montonera (1969-1976), el historiador Federico Cormick señala que "los jóvenes", de quienes Perón esperaba algo más que un gesto, habían iniciado un "proceso de homogenización" y "una revisión política interna" que incluía una autocrítica sobre el "pensamiento mágico" e "infantil" sobre el líder.

"Perón es Perón y no lo que nosotros queremos", habían concluido. Y si bien marcaban el acuerdo con el pensamiento del líder sobre un modelo de "alianza de clases en donde se apoya en la organización de la clase trabajadora, reparte el producto bruto, nacionaliza la economía, el Estado planifica la economía, etc.", aclaraban que no lo compartían como meta "sino como transición al estado socialista".

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En esos días Perón tenía los dos ojos puestos en lo que estaba sucediendo con el ala combativa del movimiento. Pero la confianza perdida con el asesinato de José Ignacio Rucci, siete meses antes, no se iba a recomponer. El ciclo de ruptura se completó dos semanas después de aquel retorno a la Rosada. El día en que los Montoneros se fueron de la Plaza de Mayo al escuchar el durísimo discurso de un líder que los había decepcionado. La tarde de los "estúpidos que gritan", la de los "imberbes".

La salud del General: un pronóstico sombrío

La otra pelea de Perón era contra sus agravados problemas de salud. Había tenido el primero de sus infartos en noviembre de 1972, atribuido al stress por su primer viaje de retorno a la Argentina. Pero el 21 de noviembre de 1973, ya presidente, su vida estuvo realmente en peligro. Sufrió un edema agudo de pulmón en su casa de Gaspar Campos 1065, en Vicente López. Eran las 2 de la mañana y se despertó sin poder respirar. López Rega le conectó un tubo de oxígeno, que no alcanzaba como solución.

En ese momento el Presidente no tenía médicos alrededor, pero sí custodios. A uno de ellos se le ocurrió ir a buscar a un médico vecino del barrio, Julio Luqui Lagleyze, que le aplicó aminofilina y le practicó el procedimiento llamado "ligadura de miembros". Más, tarde, en un patrullero, llegó el doctor Pedro Cossio, que diagnosticó una taquicardia paroxística supraventricular y con la medicación prescripta y la compresión manual del seno carotídeo, detuvo el episodio.

Ya recuperado, el paciente le dijo: “Esta vez no estaba lista la guadaña, aunque la vi cerca.” Y al día siguiente, durante un electrocardiograma: “La pasé ‘canuta’ anoche.”

Eran momentos delicados y la idea no era, precisamente, alarmar a la población. El Gobierno informó que Perón había sufrido una "afección bronquial" pero estaba recuperado. El episodio sin embargo, sirvió para confirmarles a los médicos el pronóstico sombrío que tenían sobre la salud de su paciente.

El primer día de 1974 la salud de Perón había vuelto a complicarse y los médicos decidieron dar el angustiante paso de comunicarlo al Gabinete. El pesar dominó el ambiente aquel 11 de enero, el día de la frase de López Rega sobre "el faraón" que recordaba Taiana. "Él necesita de mi fuerza, de mi flujo de ideas y esta tarea es mi tremenda responsabilidad”, y otras cosas por el estilo, eran las que decía el secretario delante de su atónito auditorio.

Electrocardiograma de Perón
Electrocardiogramas de Perón, en 1973

Carlos Seara, un médico entonces de 28 años que formaba parte de la guardia fija, escuchó una vez a López Rega decirle con total desparpajo: “Mirá, mirá, Seara, un día de éstos yo voy a escribir un libro de medicina que te va a dejar sorprendido, porque yo sé mucha medicina, sé de algunas otras artes que tienen poderes curativos. Así que preparate que, cuando aparezca el libro, te vas a quedar sorprendido.” El médico dejó testimonio de la frase en el libro Perón, testimonios médicos y vivencias, en el que eescribió invitado por su colega Pedro Ramón Cossio, hijo de Pedro Cossio y también parte del grupo de médicos que cuidaba a Perón.

Seara contaba que si bien a él lo trataba muy bien, porque consideraba al equipo de médicos como una especie de "aristocracia", el general Perón era una persona distante con bastante fobia al contacto físico. "Prácticamente hablaba con muy poca gente, y no tenía ningún tipo de cercanía física y afectiva con nadie, ni aún con Isabel, ni con López Rega, que estaba muy cerca de él (por propia iniciativa, no porque Perón lo llamara). Creo que fue muy comentado el hecho de que López Rega manejaba las riendas del poder tras bambalinas. A mí no me pareció, yo pienso que finalmente Perón era el que lo ejercía, pero a costa de su salud", reseñó en el libro.

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El diagnóstico pesimista sobre la salud del general se basaba también en los informes de los médicos españoles Antonio Puigvert y Francisco Flórez Tascón, un endocrinólogo que prestó su casa de Madrid para el casamiento de Perón e Isabelita. Los dos médicos habían llegado en esos días a la Argentina y en los estudios que habían hecho el año anterior figuraba que el líder arrastraba enfermedades preexistentes vasculares, y metabólicas, y que había sido operado de un adenoma de próstata y de un papiloma vesical.

Pedro Ramón Cossio cuenta en el libro que compartió con Carlos Seara que en un informe médico fechado el 24 de marzo de 1974 -la jornada que marca el inicio de los últimos 100 días de la vida de Perón- surgió que el corazón del paciente "empieza a tener cambios de ritmo que ya expresan un progreso, en ciertos aspectos, de su dolencia conocida como enfermedad del nódulo sinusal o síndrome de bradicardia-taquicardia". Además de los cuadros vasculares, de de la vejiga y la próstata, Perón padecía una enfermedad de la piel de su cara, catalogada por el doctor Flórez Tascón como síndrome de Sturge-Weber mínimo.

El doctor Cossio aclara en el lbro que en aquellos tiempos "ya existía la cirugía de revascularización del corazón con puente aortocoronario, utilizando venas safenas del propio paciente, como recurso para el tratamiento de la cardiopatía isquémica severa con angina de pecho, cuyo creador e impulsor fue el doctor (René) Favaloro". Pero también precisa que por las condiciones técnicas de la época, "sólo se operaban pacientes menores de setenta años, ya que el nivel de mortalidad en la intervención no la hacía recomendable para personas mayores de esa edad".

Cossio contaba que Perón, por razones de seguridad, nunca aceptó ser internado: estaba convencido de que lo querían matar. Cuando asumió la presidencia solo estaba tranquilo en la casona de la calle Gaspar Campos y tardó tres meses en mudarse a la residencia de Olivos.

Para el médico, los tres infartos que tuvo Perón estuvieron directamente asociados a hechos puntuales: su primer retorno en 1972: su segundo regreso y el impacto por la masacre en Ezeiza, y el disgusto por lo acontecido el 1 de Mayo en la Plaza, un día que empezó a marcar el doloroso final, a exactos dos meses de la muerte.

 

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