POLITICA

María Soledad Morales, el crimen que marcó para siempre a Catamarca

Su asesinato en 1990 destapó una trama de intereses políticos vínculados a clanes familiares en una provincia feudal. El poder de las marchas del silencio. Galería.

Pelloni en una de las marchas del silencio para pedir justicia por María Soledad
| Cedoc

El cuerpo de María Soledad Morales fue encontrado sin vida el lunes 10 de septiembre de 1990. Estaba desnuda, golpeada y con signos de haber sido violada. Tenía 17 años, una sonrisa encantadora, y estaba llamada a ser la reina de su colegio, hasta que la fatalidad la alcanzó en esa misma noche de sábado en la que iba a ser coronada. "Matan a una joven en Catamarca" , tituló el diario Clarín. Parecía un crimen más, pero no lo fue.

Su asesinato marcó un antes y después en el país y desentrañó los vínculos entre el poder político y la impunidad en una provincia semi-feudal como era Catamarca.

Hoy, a viente años de su muerte, Guillermo Luque, condenado junto a Luis Tula -ex novio de la joven- por el asesinato, recuperó su libertad tras cumplir dos tercios de su condena. No quiso hablar con los periodistas. "Fuí un preso inocente", soltó y cuando le consultaron su llamaría a la familia de María Soledad sólo atinó a preguntar "¿por qué?". Una pregunta se repite tras su liberación: ¿Descansa en paz María Soledad Morales?

El caso que cambió la historia. La muerte de María Soledad Morales revolucionó Catamarca. El reclamo de justicia generó una movilización social sin precedentes en la provincia, expresada a través de las marchas del silencio, que por primera vez se llevaron a cabo en el país. Encabezadas por la hermana Martha Pelloni, rectora del Colegio del Carmen y San José, y Elías y Ada, los padres de "Sole", como ellos la llamaban.

El crimen produjo la caída del gobernador peronista Ramón Saádi, a través de la intervención federal dispuesta por Carlos Menem (hoy ambos comparten el Senado), y desnudó el poder feudal que reinaba en una provincia, en la que estar vinculado a la política era sinónimo de impunidad.

También le costó su puesto al padre de Luque, el entonces diputado nacional Ángel Luque, que fue echado del Congreso por sus pares, por las declaraciones que realizaba sobre el tema. " Si mi hijo hubiera sido el asesino, el cadáver no habría aparecido, tengo todo el poder para eso", dijo frente a las cámaras de televisión, sin chistar.

En definitiva, el crimen de María Soledad demostró que el poder del silencio, ese que sostenían las miles de personas que marchaban en reclamo de Justicias, puede callar a la verborragia del poder.

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