La madre de todos los debates políticos es la televisión norteamericana. No es que antes no haya habido, fue famoso el de 1858 entre Abraham Lincoln, que luego sería presidente, con su par, el senador Stephen Douglas: fueron siete encuentros en otras tantas ciudades, con la audiencia limitada a quienes estuvieran en el recinto frente a los contrincantes.
Durante la vigencia de la radio, los debates no tuvieron éxito. Todo empezó en 1960, tele blanco y negro, con el debate entre John Kennedy y Richard Nixon. Las cámaras y la posibilidad de llegar a millones de manera instantánea desnudaron una nueva regla en la política: la imagen pasaba a ser tan importante como las ideas. O acaso más. Lo que se decía era tan importante como la forma de decirlo. Había nacido el marketing político.
Kennedy, joven, apuesto, tostado por el sol, saludable y sonriente, impuso su imagen sobre un Nixon, sudoroso, con su gruesa barba crecida, que no aceptó ser maquillado, pero que no jugó mal la crucial partida. Fueron cuatro debates entre septiembre y octubre: quienes los escucharon por radio, pensaron en Nixon como ganador. Quienes lo vieron por televisión decidieron que el ganador era Kennedy, quien se alzó con la elección.
Los agitados años que siguieron al asesinato de Kennedy en Dallas no dieron lugar a nuevos debates presidenciales hasta 1976. Gerald Ford, heredero del renunciante Nixon, y James Carter debatieron entre septiembre y octubre. Carter, poco elocuente como político, se vio beneficiado por una afirmación disparatada de Ford, que dijo que no existía una dominación soviética en Europa del Este. Carter ganó las elecciones, no sólo por el error de Ford, sino por el hartazgo que los americanos sentían hacia los republicanos, que llevaban ocho años en el poder.
Carter se enfrentó a Ronald Reagan en octubre de 1980. Herido por una economía desbocada y por la crisis de los rehenes estadounidenses en Irán, Carter se vio ante un experto en comunicar ideas, locutor y actor, de sonrisa amplia y franca que basó su campaña electoral en la inflación que sacudía a los americanos. Reagan lo puso de manifiesto la noche del debate: “¿Usted está mejor que hace cuatro años? ¿Puede comprar las mismas cosas que hace cuatro años?”, preguntó con aire inocente a las cámaras. Carter, que eligió presentar a su oponente como a un hombre capaz de desatar una guerra nuclear, perdió el debate y la elección.
En 1992, Bill Clinton, George Bush padre, que iba por la reelección y, caso extraño, el ultraconservador Ross Perot, un tercer candidato en el tradicional bipartidismo de EE.UU., debatieron en un encuentro que, como novedad, aceptó preguntas del público. Perot parecía un abuelo enojado y ejerció un modo directo de enfrentar a Bush que lo acusó de inexperto. “Es cierto –dijo Perot–. No tengo experiencia en endeudar a mi país en cuatro trillones de dólares”. Pero el adversario de Bush era Clinton, que se mostró preocupado por dirigirse a la audiencia, caminó el escenario y se acercó al público. Bush, un poco pomposo, cometió el error de mirar su reloj, como si todo eso le hiciera perder mucho tiempo. Clinton ganó el debate y la elección.
Con los ecos de la guerra. Al Gore, vice de Clinton y George W. Bush, hijo del ex presidente, se trenzaron en octubre de 2000. Gore estuvo un poquito altanero y bufó un par de veces ante las salidas del elemental Bush. Bastó para volcar el debate en su contra.
En 2004 se enfrentó en tres debates a John Kerry mientras los cañones ladraban en Irak. Kerry acusó con dureza a su rival: “El presidente no encontró armas de destrucción masiva en Irak. Su campaña se volvió un arma de engaño masivo”. No alcanzó: EE.UU, en guerra, se mantiene firme. Bush fue reelecto.
John McCain y Barack Obama debatieron tres veces entre octubre y septiembre de 2008, ambas candidaturas marcadas por la crisis financiera y económica. Obama tenía la chance de ser el primer afroamericano, negro, en llegar a la presidencia. Como en los años 60, volvió a triunfar la imagen de un presidente joven, decidido y mordaz frente a la veteranía agresiva de McCain. Obama fue electo y reelecto en 2012, después de debatir en octubre de ese año con Mitt Romney.
Frases picantes, imágenes cuidadas, montajes y escenarios preparados, moderadores y límites de tiempo para exponer y sobre todo astucia y repentización para responder a lo imprevisto. De esa madera están hechos hoy los debates presidenciales en EE.UU.