Estaba claro que Cristina marcaría la continuidad en la administración de su esposo, aunque la enorme cantidad de votos que recibió pudo haberse traducido también en una confianza concreta de la mayoría del electorado en las promesas de transformación, mejorías y cambios en las que la entonces candidata había basado las líneas gruesas de su campaña.
El conocido carácter fuerte de la mujer entrenada en las intrincadas madejas del poder no parece reflejarse con contundencia al menos en los primeros días de ensayo de su nuevo traje de Presidenta. Son sutiles los matices por ahora la diferencian de las características exhibidas por su esposo en sus cuatro años de gestión: desde mayor claridad en sus discursos, hasta en su estilo mucho más "político" en su relación con las distintas fuerzas que comparten el poder en el país.
La mandataria no parece repetir la letanía eterna de su antecesor en los ninguneos públicos o las críticas exageradas contra los dirigentes de la oposición: una mayor moderación parece ser al menos la característica inicial en esa materia. Cristina recibió al cardenal Bergoglio y aunque el encuentro no estuvo rodeado de grandilocuencias, fue todo un gesto teniendo en cuenta la áspera relación -o no relación- que Néstor Kirchner tuvo con la cúpula formal de la Iglesia.
Si durante cuatro años la crisis energética en la Argentina fue empecinadamente negada por el anterior presidente, hoy la mandataria no sólo la reconoce, sino que además toma medidas para superarla. Hayan sido o no las mejores decisiones adoptadas para ir paliando la escasez de energía actual, lo cierto es que en tiempo récord el nuevo Gobierno logró que el Congreso votara una serie de medidas -algunas, si se quiere, pueriles- que revelan con claridad que esta gestión sí acepta que la crisis es una realidad, y no meramente una consecuencia del fabuloso crecimiento económico de los últimos años. Reconocer el problema, se sabe, es ya el principio de su solución.
Dentro de esos síntomas políticos entre muchos más que ha ido esbozando la Presidenta, no queda claro cuál es el papel con el que Néstor Kirchner irrumpió, casi sin la menor pausa, en el gran escenario nacional e internacional de la política. Kirchner había prometido que inmediatamente después de abandonar el poder formal, se retiraría a sus oficinas de Puerto Madero para estudiar la forma de construir una fuerza política capaz de darle sustento duradero al nuevo peronismo, hoy kirchnerismo.
Sin embargo, no llegó a hacer un solo movimiento en ese sentido cuando ya se metió de lleno al manejo político, en su primera reunión post presidencial con el capitoste de la CGT, Hugo Moyano. El encuentro entre los dos hombres obviamente debió haber sido bendecido por Cristina, y a todas luces quedó en evidencia que algún tipo de negociación existió, para que Moyano pasara de su airado discurso de barricada advirtiéndole a la mandataria si disposición a cruzarse "a la vereda de enfrente" si ella no era obediente en sus demandas, a una sarta de elogios empalagosos hacia la nueva gestión.
La irrupción de piqueteros oficialistas -que ya habían pasado a sus cuarteles de invierno- después que los opositores volvieran a llenar las calles de la ciudad, para desgracia de los seres normales que sólo anhelan cumplir con sus obligaciones, también pareció tener la marca indeleble de Néstor.
La extraña coincidencia entre el nuevo despertar del escándalo por la valija del venezolano Antonini Wilson supuestamente llena de dólares para la campaña de Cristina, y el gran protagonismo que se dio a la participación argentina en el proceso de liberación de tres de los 700 rehenes que retienen los guerrilleros-narcotraficantes de Colombia fue otro hito que al menos reveló que Néstor no está dispuesto en lo más mínimo a dejar el gran escenario político.
Se sabía que Cristina -más que su esposo- estaba comprometida en el reclamo por la liberación de Ingrid Betancourt -cuyo destino es aún más que incierto-, pero cuando el mandatario francés Nicholas Sarkozy demandó a la Argentina una participación concreta en el operativo de rescate, el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, dijo públicamente que el papel del país sería apenas algo más que simbólico.
Sorpresivamente la inclusión de Néstor Kirchner en la comitiva de observadores dio un protagonismo nuevo al ex mandatario, y tal vez contribuyó a marcar aún más su decisión de mantener un poder paralelo al de su esposa. Aquí la incógnita se centra en torno a cuáles serán las aspiraciones y proyectos de la Presidenta.
Rodeada del mismo equipo de su marido, seguida de cerca por el hombre que la acompañó durante la mayor parte de su vida, en negociaciones públicas o privadas, parece ser bastante escaso su ámbito geográfico de maniobra. Cristina Kirchner se ganó un lugar en el mundo de la política por mérito y esfuerzo propio, pero cuando le llegó su hora más alta en su carrera, difunde más una imagen de mujer que allana la intromisión de su marido en su propio trabajo que en la de una dirigente independiente que, aunque coincidiendo en las bases de la forma de ver el poder, había prometido los cambios que faltaban para que el país avanzara hacia su modernización política.
Sólo los días que vendrán permitirán dilucidar si Néstor la dejará gobernar a Cristina o si ella preferirá que sea el esposo el que retenga las riendas del poder real en la Casa Rosada.