La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió, Jorge Luis Borges, “Pierre Menard, autor del Quijote”, uno de sus cuentos en Ficciones.
Su intervención en el “ajusticiamiento” del ex dictador Pedro Eugenio Aramburu, el 1 de junio de 1970, la hizo célebre. Posteriormente la calificó de “obra maestra de la propaganda armada”, en un escrito ante los verdugos de la ESMA. Su pareja, Fernando Abal Medina, fue uno de los responsables de ese asesinato político, abatido el siguiente 7 de septiembre en la localidad de William Morris, junto con Gustavo Ramus, otro de los participantes en el mortal evento. Como evocación de los mártires, la formación guerrillera decidió instaurar el 7 de septiembre, Día del Montonero. Compartí cautiverio con Norma Arrostito y rendí cuentas sobre su detención secreta y envenenamiento, ocurrido el 15 de enero de 1978 en la ESMA. Memoria y documentos.
Norma Esther Gaby Arrostito, fue capturada el 2 de diciembre de 1976 en las afueras de Buenos Aires por militares que actuaban desde la ESMA. Sus victimarios fraguaron en la prensa que había perecido en un enfrentamiento, sello espantoso de su destino, mientras ella continuaba secuestrada en la siniestra dependencia naval. Tenía 36 años. Concluidos los interrogatorios, fue uno de los trofeos ahí detenidos a quien los represores solicitaron que escribiera sobre su experiencia militante. Supe que había redactado una crónica tecleando en una maquina de escribir portátil, según trasluce la desfalleciente fotocopia adjunta de hace más de 40 años. Lo hizo en una minúscula celda, que en 1977 estaba contigua a la mía. Eran cuartuchos de aglomerado verde oscuro, púdicamente denominados camarotes. El de ella lo improvisaron entre paredes descascaradas, al confín del tercer piso del Casino de Oficiales de la ESMA, con una ventana tapiada tal vez dando al Río de la Plata. La única puerta solo se abría desde afuera.
Texto dactilografiado por Norma Arrostito en la ESMA, el 21 de diciembre de 1976:
Al final del relato, indicó la fecha del 21 de diciembre de 1976. Los 29 folios, incluyendo el indice, salieron de la ESMA subrepticiamente en 1978, en torno al relevo de Eduardo Emilio Massera por Armando Lambruschini al frente de la Armada, concretado el 15 de septiembre de ese año. En efecto, los escondió entre sus pertenencias una sobreviviente al ser liberada por los marinos, probablemente en días cercanos a mi liberación hacia agosto de 1978. Para entonces, la sentencia contra Arrostito ya había sido cumplida. Sin embargo, esa compañera de cautiverio recién compartió el documento conmigo en los años 90, cuando pude regresar al país en visita.
No tengo dudas sobre su autenticidad. Queda claro que no lo escribió para congraciarse con los milicos, ni para adecentarse. El contenido, por momentos feroz, a veces implacable, es susceptible de engendrar simpatía, o disenso, total o parcialmente. En definitiva, me resulta un mensaje póstumo conmovedor de una gran mujer, sobre los aciertos y errores de los Montoneros, organización que la contó entre sus fundadores y lideres. Arrostito no reniega ni se disculpa de su pasado, toda vez que aportó claves para entender lo acontecido a un sector importante de la juventud argentina que asumió el peronismo y arriesgó la vida en la lucha revolucionaria armada. Al pie se lo ofrece tal cual, sin corregir sus faltas de ortografía, nombres o apellidos, perdurando algunos pasajes ilegibles, deteriorados por los estragos del tiempo.
El motivo alegado por los militares para justificar esas “declaraciones voluntarias”, que reclamaban de las víctimas de la represión ilegal era “conocer mejor al enemigo”. Por el contrario, para los secuestrados constituía una oportunidad que habilitaba la reflexión sobre la experiencia política vivida. A resultas, era factible poner en crisis el discurso oficial de las Fuerzas Armadas, y apuntar a desmentir las presuntas intencionalidades malsanas que atribuían a los grupos armados peronistas, tildados de “subversivos” y “terroristas”. Con todo, podía intentarse quitarle legitimidad al discurso de la represión, ante la magnitud de los crímenes que cometían. En la intimidad personal de las víctimas, se les facilitaba una ocasión para ejercer la critica y la autocrítica, y de ese modo afirmar sus convicciones ante la incertidumbre del futuro.
Testimonio de Juan Gasparini sobre Norma Arrostito en cautiverio, 1984:
Norma Arrostito fue un ejemplo de dignidad. Me consta. Sus papeles postreros, así lo acreditan. El lector podrá hacerse su propia idea a partir del documento que se acompaña, con el cual, reitero, es factible disentir, o manifestar aprobación. Su gesto siempre me pareció un acto de valentía, coherente con su compromiso político, que aporta información relevante y personalizada sobre la génesis de una de las vertientes de las “formaciones especiales” del peronismo en la Argentina. Enumera cronológicamente a continuación su apogeo, las relaciones con otras organizaciones, fusiones y disidencias.
Avizora el inicio de la derrota tras el malogrado enfrentamiento con Perón, y la fuga hacia adelante de la conducción montonera. De aquella coyuntura solo omite la valoración y consecuencias del homicidio político del Secretario General de la Confederación General del Trabajo (CGT), José Ignacio Rucci, el 25 de septiembre de 1973, tal vez la prueba que confirma la hipótesis que lo llevaron a cabo de forma anónima las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), poco antes de la integración en una sola y única organización político-militar Montoneros, el 12 de octubre de 1973. Había antecedentes de esa conducta. Autores desconocidos que no respondían a una organización asumida públicamente, genéricamente originarios de la resistencia peronista, leales al General Juan Domingo Perón, exiliado en España, ultimaron precedentemente por “traidores” a otros dos sindicalistas que dirigieran la CGT: Augusto Timoteo Vandor (30/6/1969) y José Alonso (27/8/1970).
Conviene recordar que los actos de violencia anteriores al retorno de la democracia en 1973 a los que eran convocados a pronunciarse por escrito los detenidos en ese centro clandestino de detención, fueron amnistiados en mayo de dicho año por el Congreso de la Nación. Debo mencionar que el de Arrostito no fue el único documento de esa naturaleza que existió en la ESMA, pero solo ese llegó a mis manos. Supe que hubo otros en tal corto lapso, obra de compañeros de cautiverio a los que los represores les otorgaban particular representatividad en las experiencias de las (FAR), Descamisados, y Juventud Peronista. Nunca tuve ni conocí esos otros papeles, y quizá correspondería a sus autores, conjeturalmente aún vivos, eventualmente darlos a conocer, salvo que existan archivos militares que faltan todavía descubrir.
Debo mencionar que el de Arrostito no fue el único documento de esa naturaleza que existió en la ESMA, pero solo ese llegó a mis manos
Al propio tiempo, la presente publicación propone en el Anexo a modo de complemento, el original sin correcciones, de un perfil de Norma Arrostito, en sus horas finales, que escribí en 1984, y publiqué hace 20 años en la segunda edición de mi libro Montoneros final de cuentas. En tal recordatorio de las jornadas de su existencia cotidiana en tanto secuestrada pese a haber sido ya dada por muerta, no figura la propuesta que ella le formulara al patrón de la ESMA, el contralmirante Ruben Jacinto Chamorro, a tenor de la confidencia que me hiciera en alguna de mis esporádicas visitas a su camarote para tomar mate. Allí me reveló que el dueño de la ESMA declinó su predisposición de realizar una conferencia de prensa y exhortar a los Montoneros a asumir la derrota, y desengancharse de la organización. Gaby me contó que Chamorro le replicó que si los montoneros se desvinculaban de la estructura, los militares no podrían finiquitar el aniquilamiento, porque para lograrlo necesitaban que todos los militantes permanecieran aferrados a la Conducción Nacional. Ese contralmirante afirmaba que el desmantelamiento final de la organización se produciría mediante confesiones arrancadas bajo tormentos a los militantes que fueran detenidos en la ESMA.
Dicho todo esto, no puedo dejar de mencionar, siempre en 1978, la exhumación de un documento de similar naturaleza. Fue asimismo producido en la ESMA por Jorge Caffatti, en relación a su intervención en las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), y el secuestro en París contra pago de rescate, del dirigente de FIAT, Luchino Revelli Beaumont, el 13 de abril de 1977. Esos documentados episodios dieron lugar a un libro ulterior de mi autoría, fruto de una investigación periodística complementaria que fue avalada por numerosos testigos, familiares y sobrevivientes. Caffatti desapareció en la ESMA el 18 de septiembre de 1978, siendo “trasladado” a la muerte el 26 de noviembre de ese mismo año. (1)
(*) Juan Gasparini, periodista, sobreviviente de la ESMA, autor de Montoneros final de cuentas, Estela Eterna, 2019.
(1) Manuscrito de un desaparecido en la ESMA El libro de Jorge Caffatti, Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 2006.