En las afueras de Roma, sobre la Vía Apia, hay una pequeña Iglesia que recuerda el lugar donde Jesús se le apareció a Pedro que huía de una matanza contra los católicos. Según la tradición católica, Pedro, perplejo, le hizo una pregunta: ¿Quo vadis, Domine? (¿A dónde vas, Señor?) y por la respuesta comprendió que él tenía que volver a Roma. No podía eludir su destino y también él murió crucificado, aunque con la cabeza para abajo.
Cristina Fernández de Kirchner está en Roma y aunque seguramente su agenda no le dejará tiempo para visitar esa Iglesia encontrará una escenografía adecuada para preguntarse a dónde va, para qué luchó tanto para llegar a la Presidencia, cuál es la marca que quiere
dejar en la historia. Es que Roma no es sólo una de las ciudades más bellas del mundo sino que su característica de museo al aire libre interpela constantemente sobre la trascendencia de la vida y del trabajo.
Por ahora, con más de 80 días de conflicto con el campo, la sensación es que Cristina está haciendo mucho menos de lo que se esperaba de ella. Ganó muy cómoda las elecciones, gracias a los resultados concretos de la gestión de su marido (nunca está de más recordar que Néstor Kirchner dejó un país mejor al que encontró) y a las dificultades de la oposición para encontrar un único liderazgo.
Las encuestas indican que ahora su imagen ha caído: ella llegó a la Casa Rosada con las promesas de una mejora en la calidad institucional y en la inserción de Argentina en el mundo, y nada de eso ha sucedido. Por el contrario, el prolongado conflicto con el campo priva al país de aprovechar una magnifica oportunidad histórica: la inusual suba en los precios de los alimentos.
Cristina Fernández hizo toda su carrera en el Congreso y tal vez ahí esté la clave de un estilo político que no parece adecuado para la toma de decisiones públicas, que es lo que caracteriza a un Presidente en un país como Argentina. Ella es rígida, provocativa, belicosa; siempre parece enojada, y ese estilo está contaminando su gobierno. Para colmo, sus colaboradores lamentan que no suele hacer mucho caso a las sugerencias.
Tampoco la ayuda la presencia de su marido. El uruguayo Julio María Sanguinetti dice que los ex presidentes suelen ser como esos jarrones chinos, que son muy grandes y vistosos pero no quedan bien en ningún lugar de la casa. Néstor Kirchner ha elegido ubicarse en la cima del Partido Justicialista, desde donde se comporta como si él fuera el Presidente.
Desde allí imprime el ritmo oficial a la pulseada con el campo, con lo cual opaca y deja en un incómodo segundo plano a su esposa. El ¿Quo vadis? de Cristina como Presidenta se juega en la solución de esta anomalía sobre quien manda en Argentina.
*Editor del diario Perfil.