El mayor desafío de la nueva Presidenta de los argentinos es revertir el proceso de debilitamiento macroeconómico observado desde mediados de 2006 y recomponer las virtudes del modelo implementado en 2002. Esto le permitirá llegar al Bicentenario con un país preparado para incorporarse al mundo más desarrollado y dejar atrás décadas de volatilidad, frustraciones y pobreza. La oportunidad no puede ser mejor; la situación internacional, a pesar de algunos nubarrones financieros, es muy buena para nuestras exportaciones, y la actual administración hereda una situación financiera más sólida que ningún otro presidente en las décadas recientes.
Pero la contracara de esta oportunidad es justamente el riesgo de recrear la vulnerabilidad de nuestra economía, si se insiste en un modelo como el vigente en los últimos dos años de la gestión anterior, basado fundamentalmente en ignorar la realidad, y pretender acomodarla mediante controles, subsidios y manipulación de las estadísticas. Así seguiremos deteriorando las bases macroeconómicas y enviando señales confusas al sector privado productivo, que hoy sufre restricciones energéticas, aislamiento internacional, trabas a las exportaciones de algunos productos, controles de precios y subsidios que son obviamente bienvenidos, pero desalientan la inversión de largo plazo. Si la economía se sigue deteriorando en 2008, aunque logre seguir creciendo, las incertidumbres para 2009 serán mucho mayores.
La llave. Existen tres claves para lograr una década de crecimiento.
Situación fiscal. En primer lugar, tendría que fortalecer la situación fiscal, que se ha debilitado sensiblemente en este año electoral, por el incremento del gasto, especialmente en los subsidios para energía y alimentos. El Gobierno oculta ese dato, porque considera erróneamente que los traspasos jubilatorios del sistema privado al público constituyen ingresos fiscales genuinos. Si descontamos esos traspasos, el superávit fiscal primario muestra un retroceso de casi 20%, lo que comparado con el PBI nos da el 2%, o sea la mitad del que teníamos hace dos años.
Sin un sólido superávit fiscal, no cabe esperar que se mantengan los tres procesos virtuosos de los últimos años: el peso devaluado, las tasas de interés bajas y el desendeudamiento público. Ya estamos observando con cierta preocupación que el mantenimiento de un peso devaluado está, desde hace más de un año, a cargo exclusivo del Banco Central, sin asistencia del Tesoro nacional. Y como la demanda de dinero, o la remonetización, está cerca de sus límites, la expansión monetaria debe compensarse con volúmenes crecientes de Lebacs, que ya alcanzan al 40% del total de las reservas internacionales.
La creciente colocación de Lebacs, sumada a las turbulencias de los mercados financieros, ha elevado el piso de las tasas de interés en los últimos meses, encareciéndose el crédito para el consumo y la inversión. Es sumamente auspicioso que el ministro Lousteau anuncie que el Tesoro volverá a participar en la compra de divisas durante este año.
A su vez, los mayores vencimientos de deuda pública, especialmente en el año 2009, van a obligar al Gobierno a colocar crecientes montos de deuda, cuando aún no están restablecidas las fuentes internacionales de crédito.
El contar con un superávit nuevamente superior al 4% del PBI permitirá eliminar las incertidumbres sobre la facilidad de obtener ese financiamiento requerido y, consecuentemente, las tasas de interés seguirán en niveles razonablemente bajos.
Energía. El segundo escollo que debe superar la presidenta Fernández de Kirchner es la cuestión energética. No importa discutir si estamos en crisis o no, o si hay probabilidades de un gran apagón este verano. Lo concreto e irrefutable es que estamos desde hace más de un año viviendo con restricciones al consumo eléctrico en muchas industrias, con escasez de gasoil y de gas licuado en algunas zonas del país, y con serias distorsiones de precios. Todo esto configura un cuadro de incertidumbre energética que demora inversiones: muchos empresarios no invierten porque no saben si tendrán energía, de qué tipo y a qué precio. Los planes en marcha no alcanzan para eliminar esa incertidumbre.
Hace falta recrear las condiciones económicas para que el capital privado vuelva a invertir en la explotación y exploración de hidrocarburos, y en las obras de infraestructura para la generación y transporte de gas y electricidad. Todo esto pasa por una revisión integral de las tarifas de estos servicios públicos, siempre protegiendo a los sectores más necesitados, que son justamente quienes menos acceso tienen a la energía subsidiada.
Un ajuste selectivo de las tarifas ayudaría también a mejorar la situación fiscal por la eliminación de subsidios, y a moderar las presiones inflacionarias que generan los excedentes de capacidad de compra de los sectores más ricos. También es muy positivo el anuncio reciente de un plan de ahorro de energía, cualquiera sea el nombre que le pongan.
Puja distributiva. El tercer desafío que debe enfrentar la nueva presidenta, para consolidar este ciclo de crecimiento económico, es la creciente puja distributiva que se está detonando, como consecuencia de las presiones por aumentos salariales. Muchos sectores han logrado recomponer sus niveles de salarios, y otros están en proceso de hacerlo, pero las luchas por el poder sindical pueden complicar este proceso, que es normal y positivo en cualquier curso de recuperación económica.
El discurso de asunción fue muy claro al respecto; ni va a actuar como gendarme de las ganancias empresarialles, ni en las disputas internas del sindicalismo. Para que realmente eso sea posible, es fundamental generar expectativas inflacionarias claras, compartidas y moderadas, en línea con los recientes anuncios del Banco Central, pero que también sean asumidas por el resto del Gobierno.
El crecimiento económico por otros cuatro años requiere, además, la recuperación de las instituciones y la estabilidad de las reglas. Sólo así seremos capaces de incrementar los niveles de inversión necesarios para seguir creciendo y combatir más eficazmente la pobreza, el objetivo excluyente de la hora actual.