El cambio en el modo de evaluación de los alumnos de la primaria en la provincia de Buenos Aires y el elogio del periodista Víctor Hugo Morales a las condiciones de vida en las villas miserias porteñas tienen algo en común: el “progresismo” admite sus límites y los del gobierno kirchnerista, al que respaldan.
Prefiero la palabra progresismo a izquierda o centroizquierda, más emparentadas con otras épocas.
Los progresistas están a la izquierda del centro y defienden una sociedad más igualitaria pero sin perder las libertades individuales y colectivas. En primer lugar, sus libertades y sus comodidades, por lo general vinculadas con puestos bien remunerados en el aparato estatal o con beneficios exclusivos, como el esponsoreo oficial.
Víctor Hugo se ha convertido en un referente del “progresismo” local. Estridente, elegante, bien articulado, dijo que “las villas son lugares bastante dignos para vivir” por, entre otros atributos, su localización: están cerca de los lugares de trabajo de sus habitantes y permiten ir caminando al cine y al teatro.
Creo que en el fondo es la admisión del “progresismo” de que el modelo kirchnerista no promueve la movilidad social, que es el avance en la pirámide social. No es la inclusión social, a la que apunta la batería de subsidios del aparato estatal. Movilidad social es mucho más: en el caso de los ciudadanos que viven en las villas, sería que pudieran acceder a un departamento o una casa.
Los progresistas saben que nadie vive en una villa porque quiere sino porque no tiene una opción mejor. Como es evidente que no hay movilidad social, lo único que les queda es construir un relato en el que las villas se vuelvan “lugares bastante dignos para vivir”.
Lo mismo ocurre con los intelectuales que diseñaron los cambios en la evaluación de los chicos que van a la primaria: ellos saben que la clave para que una sociedad sea más igualitaria es que todos los chicos puedan asimilar una educación de calidad para que todos partan con las mismas herramientas.
Pero, ahora admiten que no pueden dar esa batalla por una educación de calidad para todos y todas; que solo les alcanza para retener a los chicos en las escuelas públicas. Que eso es mejor a que no vayan a la escuela y se queden sin hacer nada en sus viviendas o en la calle.
Para eso, están dispuestos a varias concesiones: no habrá aplazos ni boletín de calificaciones, se podrá pasar de año hasta con dos previas, etcétera. La cuestión es que no abandonen la escuela.
Los “progresistas” nos dicen: no podemos promover a la gente de las villas; no podemos lograr una educación de calidad para todos los chicos. Parece poco para un país que hace poco más de cien años pudo convertir una masa de millones de inmigrantes pobres en una clase media instruida y pujante.
¿Habrá algún otro sector que pueda hacerlo?
*Editor ejecutivo de la revista Fortuna; su último libro es ¡Viva la sangre!