PROTAGONISTAS
UN MAGNATE ATREVIDO

La fortuna de Masayoshi Son alcanza los US$38.700 millones en su enésimo regreso triunfal

El visionario japonés elevó un 144% su patrimonio en un año, impulsado por apuestas en IA vía SoftBank, reviviendo tras caídas pasadas como WeWork.

Masayoshi Son Speaks at Softbank World Event
Masayoshi Son Speaks at Softbank World Event | Foto: Kiyoshi Ota/Bloomberg

Masayoshi Son, el excéntrico magnate japonés de 68 años, ha protagonizado uno de los retornos más espectaculares del mundo de las finanzas globales. Su fortuna, que fluctuó como un péndulo entre euforia tecnológica y abismos de pérdidas millonarias, escaló un 144% en lo que va de 2025, alcanzando los US$38.700 millones el miércoles pasado, el pico más alto desde que el Índice de Multimillonarios de Bloomberg comenzó a rastrear su riqueza en 2013.

Nacido en 1957 en la prefectura de Saga, al sur de Japón, Son creció en una familia de origen coreano ya que sus abuelos emigraron huyendo de la pobreza en la península coreana durante la ocupación japones. Su padre regentaba un salón de pachinko, el popular juego de azar nipón, lo que infundió en el joven Masayoshi un gusto por el riesgo calculado desde temprana edad. A los 16 años, Son se mudó solo a Estados Unidos para estudiar economía en la Universidad de California, Berkeley, donde se graduó en 1980.

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En EEUU, Son no solo absorbió las vibraciones de la efervescente Silicon Valley de los 70, sino que ya incubó sus primeras ventures: inventó un traductor electrónico de voz que vendió a Sharp por US$1 millón y distribuyó videojuegos como Pac-Man en bares locales, amasando unos US$ 50.000 iniciales. "No era un estudiante modelo; era un soñador práctico", recordaría años después en una entrevista con Reuters, destacando cómo esas experiencias le enseñaron que "el dinero sigue a las ideas disruptivas".

De regreso a Japón en 1981, con apenas 24 años y un capital modesto, Son fundó SoftBank como una distribuidora de software para ordenadores personales —un nicho casi inexistente en un país dominado por gigantes como NTT, el monopolio estatal de telecomunicaciones—. Inicialmente, la empresa se centró en publicar revistas especializadas en PC y en intermediar entre proveedores de hardware y desarrolladores de software, un modelo que le permitió facturar 1.000 millones de yenes en su primer año.

Pero Son no se conformó con ser un mero broker: en la década de 1980, desafió a NTT con un sistema que permitía a los usuarios de líneas fijas seleccionar operadores con tarifas más bajas, erosionando el dominio del coloso estatal. Para 1994, SoftBank ya cotizaba en la Bolsa de Tokio y había diversificado hacia la edición y la distribución de contenidos digitales, sentando las bases para su transformación en un imperio de inversión.

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El verdadero despegue llegó con la burbuja puntocom de finales de los 90. Son, con su olfato para las tendencias globales, invirtió temprano en internet. En 1995, destinó US$2 millones a Yahoo!, la incipiente compañía de búsqueda estadounidense, obteniendo una participación del 5% que se multiplicó exponencialmente durante el boom. Pero su jugada maestra fue en 2000: tras una reunión de solo seis minutos con Jack Ma en Hangzhou, apostó US$20 millones por el 30% de Alibaba, la startup china de comercio electrónico que entonces luchaba por sobrevivir.

Cuando Alibaba salió a bolsa en 2014, esa inversión se valoró en US$58.000 millones, catapultando a Son al olimpo de los multimillonarios y convirtiéndolo temporalmente en el hombre más rico de Japón. "Vi en Jack un emprendedor con fuego en los ojos; el resto fue intuición", explicaría Son en una charla con The Wall Street Journal. Ese acierto no solo engrosó su fortuna —que escaló a US$ 78.000 millones en 2000—, sino que redefinió SoftBank como un "fondo soberano privado" de tecnología, con participaciones en más de 800 compañías globales.

Sin embargo, el estallido de la burbuja puntocom en 2001 fue el primer gran revés. SoftBank perdió más de US$70.000 millones en valor bursátil, dejando a Son con un patrimonio neto de apenas 500 millones —un 99% de evaporación en meses—. "Me sentí como un perdedor total", admitiría en una rara muestra de vulnerabilidad durante una conferencia de prensa en Tokio, según reportes de Reuters.

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Pero el japonés, conocido por su tenacidad —y por citas de Yoda como "Siente la Fuerza" en presentaciones corporativas—, no se rindió. Diversificó hacia telecomunicaciones: en 2001 lanzó el servicio de banda ancha de SoftBank, ofreciendo módems gratuitos y precios agresivos que capturaron el 20% del mercado japonés en cinco años. El golpe maestro llegó en 2006, cuando adquirió Vodafone Japón por US$15.000 millones (financiados con 11.200 millones en deuda de siete bancos), fusionándolo con SoftBank Mobile para crear el tercer operador móvil del país. Esta maniobra, que triplicó los ingresos de la división telecom, permitió a Son reconstruir su imperio y estabilizar su fortuna en torno a los US$10.000-15.000 millones para 2010.

La década de 2010 trajo una segunda era dorada, marcada por la distribución exclusiva del iPhone en Japón —un acuerdo con Apple que generó miles de millones en ganancias— y la adquisición de Arm Holdings en 2016 por US$32.000 millones. Esta firma británica de diseño de chips, clave para dispositivos móviles y ahora para IA, se convirtió en la "joya de la corona" de SoftBank: tras su salida a bolsa en 2023, la participación del 90% de SoftBank en Arm se valora en unos US$155.000 millones, impulsando un repunte del 60% en las acciones de la compañía este año.

Pero nadie acumula fortunas como la de Son sin tropiezos épicos. En 2017, lanzó el Vision Fund, un coloso de US$100.000 millones financiado por el Fondo de Inversión Pública saudí (45.000 millones), Apple y Qualcomm, con la promesa de revolucionar el venture capital. El fondo invirtió en más de 400 startups —éxitos como Uber, DoorDash y Coupang generaron retornos sólidos—, pero los fracasos fueron legendarios. WeWork, la "unicornio" de oficinas compartidas, devoró US$18.000 millones en pérdidas tras su fallido debut bursátil en 2019, dejando a Son "avergonzado" públicamente, según confesó a la prensa.

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Otros desastres incluyeron Oyo Rooms y Katerra, llevando a pérdidas acumuladas de 20.000 millones en Vision Fund 1 y 2 para 2022. La fortuna de Son se desplomó a US$10.000 millones en 2020, y SoftBank se vio obligado a vender activos —como participaciones en T-Mobile— para reducir deuda. "No hago giros silenciosos; monto comebacks", bromeó Son en una entrevista con Reuters, aludiendo a su patrón de resurgir de las cenizas.

Hoy, en 2025, el regreso es orquestado por la fiebre de la IA. SoftBank, bajo el mando de Son, giró hacia "inteligencia artificial superinteligente" (ASI), definida por él como "10.000 veces más lista que la sabiduría humana". Las apuestas incluyen: una participación creciente en Nvidia (hasta US$4.800 millones), la adquisición de Ampere Computing por 6.500 millones para chips de servidores IA, y la compra de Graphcore, un experto en procesadores de IA.

El plato fuerte es el Proyecto Stargate: una joint venture de US$500.000 millones con OpenAI y Oracle para construir infraestructura de datos IA en EE.UU., anunciada en enero con el beneplácito de Donald Trump. Además, Son lidera una ronda de 40.000 millones para OpenAI (valorada en 300.000 millones), comprometiéndose a inyectar hasta 30.000 millones, y ha formado SB OpenAI Japan, una alianza de 3.000 millones para llevar modelos de IA a empresas niponas.

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Estos movimientos dispararon las acciones de SoftBank un 60% anual, con ingresos netos de US$2.900 millones en el trimestre de junio —frente a pérdidas el año previo— y elevaron a Son por encima de Tadashi Yanai (fundador de Uniqlo) como el hombre más rico de Japón, con estimaciones de Forbes en US$50.500 millones en agosto.

Aún así, no todo es euforia. Analistas de The Wall Street Journal advierten sobre el apalancamiento financiero de SoftBank —con una ratio deuda-valor del 17%— y los riesgos de ejecución en proyectos masivos como Stargate, que avanza lento por la selección de sitios para data centers. Son, que comprometió más de un tercio de sus acciones como colateral para préstamos con casi 20 instituciones financieras, podría necesitar vender más activos —como participaciones en T-Mobile o Arm— para financiar sus ambiciones. Sus críticos lo tildan de "jugador empedernido", recordando cómo vendió prematuramente su stake en Nvidia en 2019 por 3.300 millones —hoy valdría 200.000 millones—.

A sus 68 años, Son —casado, con dos hijos y dueño de una mansión de 9 acres en Silicon Valley por US$100 millones— no muestra signos de jubilación. En junio, anunció que elegirá un sucesor interno para SoftBank, pero insiste en liderar "unas cuantas locuras más" hasta los 80. Después de audacias como Alibaba y Arm, y de errores como WeWork, Son cree que la IA podría ser su "gran bang intelectual". En sus palabras, citando su mantra favorito: "El futuro no es predecible; hay que crearlo".

BGD / EM