Apenas se ingresa al negocio, donde también funciona el taller, se escuchan los ruidos del cincel sobre el metal. Las paredes, además de vitrinas y exhibidores, están llenas de sus fotos junto al Papa. “A mí me las dan en un pendrive, y a los demás se las cobran”, dice con una sonrisa en la cara. Se trata de Adrián Pallarols, el único orfebre de Francisco, quien ahora trabaja en el cáliz para la visita que el Sumo Pontífice hará a Estados Unidos en septiembre próximo.“Se trata de un cáliz hecho por la gente, con y para la gente”, explica mientras muestra el boceto.
Durante sus comienzos como orfebre, Adrián solía viajar mucho a Nueva York. Allí tenía, junto a su padre, un negocio que en 2001 cerró. Se independizó “con una mano atrás y otra adelante”, y siguió su camino. No obstante, él continuó viajando allá por encargos particulares. Entre ellos, una reconstrucción de detalles de orfebrería en la catedral de San Patricio, tarea que realiza desde hace tres años.
Ese trabajo fue el que dio origen al presente encargo ya que le pidieron que creara algo para regalarle a Francisco y Pallarols sugirió el cáliz. “Me pidieron presupuesto y diseños, pero les cambié las cosas: les pedí que me ayudaran a ayudar”, explica el orfebre.
—¿Cómo es eso?
—Les propuse que hagamos una colecta en Estados Unidos de esbalones de cadenitas de oro rotas, o el arito al que se le perdió el par y esas cosas. Así vamos a juntar el material de trabajo. La gente lo va a mandar por correo, no definimos dónde aún. Pero va a ser un lugar entre Nueva York y Filadelfia, porque la misa multitudinaria se va a hacer en este último lugar. Se esperan cuatro millones de personas.
—¿Cuánto metal y cuánto tiempo lleva?
—1,8 kilogramo de metal y el resto se venderá para hacer caridad. El cáliz será de 18 centímetros y voy a necesitar un mes y medio para hacerlo, trabajando ocho horas por día. El taller va a estar prácticamente abocado a esto. Pero no me importa lo económico. Me interesa trabajar por el buen nombre y el proyecto noble; el resto deviene solo. Además, esto me hace feliz y me conecta con mi alma.
—¿Y el Papa qué dijo?
— Fui a verlo en febrero y le mostré el dibujo, que en un principio tenía más que ver con la catedral de San Patricio y ahora es más mundial. Le gustó pero igual él se arregla con cualquier copita. Le importó saber que con esto me ayuda y me sirve para mostrar mi trabajo.
—¿Qué significa ser su orfebre?
—Una distinción afectiva. Cuando me preguntan qué es lo que tengo que saber, respondo que, como orfebre, poco y nada. Sí hay que tener convicción y compartir principios éticos, morales y afectivos.
—¿Usted es el único?
—Sí, y todos los que han intentado acercarse no fueron recibidos para evitar que usaran la imagen del Papa.
—¿Usted lo ve cuando quiere?
—Un obispo, por derecho canónico, puede pedir audiencia con él una vez cada tres años. Yo lo veo tres. Pero no voy cuando quiero, sino cuando él me llama. No tengo su teléfono, y él no tiene celular ni e-mail. Pero sí mi teléfono, y me llama y me avisa cuándo va a poder verme. La última vez compartí una hora y media en Santa Marta (N de R: la residencia papal privada). Siempre me pregunta por mi hija Francesca y por mis cosas... hablamos de la vida.
—¿Cómo nació este vínculo?
—Lo conocí hace diez años, cuando con mi papá le hicimos un cáliz para regalarle al entonces papa, Benedicto, y él nos ayudó con todo el tema del protocolo. Luego me independicé de mi papá y seguí en contacto con Bergoglio como un fulano más. En ese duro momento, él no me soltó la mano.
—¿Qué cosas le dice el Papa que extraña?
—Salir caminando e irse a comprar una pizza, la simpleza de la libertad cotidiana.
—¿ Y qué le regalan?
— La pregunta es qué no le regalan: desde una Harley-Davidson y un Mercedes-Benz hasta lapiceras de plata. Pero él lo recibe, lo agradece y lo da a la casa de ventas del Vaticano. Con lo que consigue, hace caridad: esta semana mandó 100 mil dólares a Nepal.
—¿Tambié vendió el cáliz que usted le regaló en 2013?
—No, ése lo tiene en su habitación, al menos así me dijeron. Pero hasta ahí yo no llego. Cuando se lo regalé, dudé de que lo conservara pero gente que lo cuida me dijo que lo guarda con otras chucherías.
—¿Chucherías... cuáles?
—No sé. Acá en su habitación tenía libros, la imagen de Santa Teresita y rosas blancas. Es que él le pedía a esa virgen que le solucionara inconvenientes y decía que cada vez que eso sucedía, una persona le llevaba una rosa blanca. Creer o reventar, su habitación estaba llena.
—¿Como cardenal, también vendía los regalos?
—Sí. Entonces, me las traía, yo las pulía y las vendía. Lo que sacaba se lo llevaba y él compraba comida, ropa... cosas para dar.
—¿Sos católico?
—Sí, pero no practicante; él sabe que no voy a misa. pero con él empecé a rezar. No soy hipócrita.