PROTAGONISTAS
La chejov canadiense

Alice Munro considera “atroz” tan escasos Nobel a escritoras

La 13º mujer distinguida con el premio literario dormía cuando su hija le anunció el galardón. Un fragmento de Demasiada felicidad.

Discreta. Munro tiene 82 años, publicó su primer libro a los 36.
| AFP

No lo esperaba. Y algunos dirán que es la típica falsa humildad del artista; siempre es un honor, una sorpresa, algo demasiado grande. Pero en este caso, al tratarse de alguien que viene del país famoso por tener la gente más amable, es creíble. Cuando Alice Munro se despertó en el medio de la noche por la excitación de su hija, que le comunicaba que era la ganadora del Premio Nobel de Literatura 2013, le preguntó con la honestidad del dormido: “¿Puede ser posible?”. Y haciéndoles honor a sus raíces políticamente correctas siguió: “Me parece algo atroz que sólo seamos 13 de nosotras”.
Pero en el fondo, la escritora sabe que se lo merece. Tiene 82 años y trabajó muy duro para ganarlo. Por eso –y porque al tratarse de una mujer, tan relegadas en este arte, a nadie se le ocurriría levantar la voz en contra–, desde el anuncio en Suecia el jueves, críticos y colegas defienden la elección de la prestigiosa Academia.
A Munro se la conoce en Canadá como la “Chejov mujer”. En sus historias no pasa nada y a la vez pasa todo; tienen gran peso psicológico y están centradas en personas que pueden considerarse pequeñas o “gente normal”; amas de casa, profesores, secretarias, peones de campo. La comparación con su colega ruso a ella no le parece ni bien ni mal; entiende la conexión. De alguna manera, ambos pertenecen a quienes creen que la simpleza aparente de un personaje no significa que a éste no puedan pasarle cosas de gran importancia, o incluso con golpe de efecto. Sin ir más lejos, la misma cuentista es el ejemplo de esta premisa.
Antes de ser un Nobel, antes siquiera de publicar su primer libro, a los 36 años, era una mujer que se había criado en la zona rural de Canadá, a cargo de los quehaceres del hogar desde los 10 años, que tomó la universidad como vacaciones –fue sólo dos años, porque era lo que entonces cubría la beca que había logrado–, ya que no tenía que cocinar ni limpiar para nadie, que se casó y tuvo hijos joven con el hombre que sabía que no era el indicado. Que escribía por placer desde que empezó el secundario y que dedicó una década a escribir para diarios y revistas.
El gran amor. Pero en lo ordinario, en lo común, apareció una gran historia de amor. Munro conoció a su segundo y actual marido, Gerry Fremlin, cuando tenía 18 años y empezaba a estudiar Letras y Periodismo en su ciudad natal, Ontario. “Yo tenía un gran enamoramiento”, contó en un extenso reportaje a la revista Paris Review algunos años atrás. Su mejor arma siempre fue la palabra escrita, así que le mandó un cuento. “El me dijo que le había gustado mucho, pero nada más. Fue sólo una apreciación literaria, no es que me dijo de salir, o que era linda. Pero él fue mi primer fan”, recordó en la misma entrevista. Así fue que, sintiendo el primer desamor, conoció a un compañero de facultad, James, con el que se casó, tuvo tres hijas y de quien aún conserva el apellido. Paciente, tuvieron que pasar dos décadas para que le llegara el momento de estar con hombre al que creía estar destinada. Munro se reencontró de casualidad con su primer amor, se divorció de su entonces marido y se volvió a casar. Y desde entonces vive en Ontario, la misma pequeña ciudad que la vio nacer. Allí también vivió con Fremlin, quien murió el pasado 17 de abril.
Sus obras no son muy fáciles de conseguir en Argentina, y aunque en los últimos años se haya traducido parte de su obra al castellano bajo el sello editorial español Lumen, no está incluido su libro más famoso y elogiado, The Beggar Maid (La dama mendiga). De todos modos, ahora, después de que el nombre de la cuentista esté acompañado del mayor reconocimiento que puede recibir un escritor en el mundo, es muy probable que eso cambie.