En tiempos de pandemia como los que atraviesa el mundo desde hace casi un año, las monarquías transitan ese momento en que solo resalta su anacronismo como grupo social. Sobre todo debido al devenir de las que son más mediáticas dado que hay otras tantas cuyo recato o cuidado que los medios periodísticos deben tener en sus publicaciones las pone a salvo del escrutinio público y masivo. En los últimos meses, las coronas holandesa y belga tuvieron sus momentos álgidos, por decirlo de algún modo. Los Borbones españoles tienen en Juan Carlos un ancla que los lleva al fondo con un lastre formado por una infanta que salvaron de la cárcel, un yerno que en breve cumple su condena y nietos que –literalmente– se disparan al pie jugando con armas de fuego. El universo larvario de los que no son cabeza de familia de esas coronas y cuestan dinero a los contribuyentes se ubica en la mira en un mundo donde la brecha social no ofrece precisamente datos alentadores.
En ese marco Meghan Markle y Harry suman un nuevo capítulo a su alejamiento de la corona británica. Un hecho noticioso que no hará bajar o subir la bolsa de Londres ni afectará el riesgo país, si alguna vez Inglaterra lo tuviera. El anuncio en cuestión señala con el “período de transición” acordado con la “abuela todopoderosa” está a punto de completarse, ella confirmó que su nieto y su esposa ya no “continuarán con las responsabilidades y deberes que conlleva una vida de servicio público”. Por eso, ambos tienen que devolver nombramientos militares honorarios y patrocinios reales, los que se redistribuirán entre los miembros activos de la Corona. Igual, en el comunicado, aclararon que Harry y su mujer “siguen siendo miembros muy queridos de la familia”. Diplomáticos, ambos se ofrecieron a seguir apoyando a las organizaciones que habían representado.
