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Macrofalosomía real: el tamaño sí importaba en la penosa vida sexual de Fernando VII

Apodado "El Deseado" y adicto a las prostitutas y el sexo, el tamaño de su miembro viril afectó sus relaciones, al punto de poner en peligro la supervivencia dinástica. Y arruinó las vidas de sus cuatro esposas.

Fernando VII, rey de España
Fernando VII, rey de España. | Museo del Prado

Cobarde, vago, maleducado, antipático, insoportable, degenerado, desagradable... Fernando VII fue definido por sus súbditos con una multitud de adjetivos poco favorecedores que lo convirtieron en el peor rey que tuvo España.

Con tamañas virtudes, a muchos les sorprende que Fernando VII llegara a tener cuatro esposas que tuvieron la desgracia de convivir con él, porque no era precisamente un “príncipe azul”.

Pero la urgencia de dar herederos a la Casa de Borbón lo obligó a casarse por razones políticas con dos sobrinas, una princesa alemana y una prima hermana, ninguna de las cuales lo amó y todas ellas sintieron verdadera repulsión por el que muchos apodaron "El Deseado".

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Lo curioso es que solo de su último matrimonio tuvo hijos que lograron sobrevivir más de algunas horas y se cree que esto se debió al tamaño descomunal de su pene.

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Fernando VII, rey de España
Fernando VII padecía macrofalosomía genital, un trastorno que le impedía mantener relaciones sexuales normales y que también sufrieron otros personajes de la historia, como Napoleón Bonaparte, el monje ruso Rasputin o el rey Carol II de Rumania.

Según el célebre historiador francés Prosper Mérimée, el rey tenía un miembro “fino como una barra de lacre en su base, tan gordo como el puño en su extremidad; además, tan largo como un taco de billar”.

El rey padecía de macrofalosomía genital, un trastorno que le impedía mantener relaciones sexuales normales y que también sufrieron otros personajes de la historia, como Napoleón Bonaparte, el monje ruso Grigory Rasputin, quien influyó nocivamente en los últimos zares de Rusia, o el rey Carol II de Rumania.

“Un erudito profesor y urólogo de fama cuyas aserciones me merecen entero crédito, díjome que el Rey Fernando VII tenía el miembro viril de dimensiones mayores que de ordinario, a lo que atribuyóse el no haber tenido sucesión en sus tres primeras mujeres”, escribió Luis Comenge y Ferrer, médico e historiador de la medicina española.

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Para que pudiera mantener un coito normal y evitar que sus esposas sufrieran de dispareunia interna (dolor genital que ocurre justo durante o después de tener relaciones sexuales), don Fernando usaba en el curso de sus relaciones íntimas una almohadilla de tres o cuatro centímetros de grosor y perforada en el centro que amenguaba el defecto”.

La primera esposa: se quejaba de que Fernando VII no era un “hombre físicamente”

Fernando VII, rey de España

Fernando VII se casó en 1802 con su primera esposa y sobrina, la princesa napolitana María Antonia de Borbón (1786-1806).

La novia era una joven bonita y la duquesa de Abrantes dejó escrito en sus Memorias que era “... de un aire majestuoso e incluso un poco severo, pero tan pronto como su mirada se coordinaba con su sonrisa, toda su fisonomía se iluminaba con una dulce claridad”.

Pero la relación de Fernando y María Antonia fue muy infeliz. “Bajo del coche y veo al príncipe: creí desmayarme; en el retrato parecía más bien feo que guapo; pues bien, comparado con el original, es un Adonis (...)”, dijo la joven al conocer a su prometido.

Por la correspondencia de María Antonia con su madre, se sabe que el príncipe no le tocó un pelo a su esposa sino hasta pasado el año de la boda, y los historiadores creen que se debió, precisamente, a su incapacidad para tener sexo normalmente.

Fernando VII, rey de España
Eran famosas sus aventuras nocturnas del apodado "El Deseado" con sus amigos íntimos. Según el marqués de Villa-Urrutia, a Fernando VII “no le gustaba de solazarse con las damas de su corte”, pues prefería las prostitutas.

La suegra de Fernando VII, la reina María Carolina de Nápoles, escribió poco después: “Mi hija está desesperada. Su marido es enteramente memo, ni siquiera un marido físico, y por añadidura un latoso que no hace nada y no sale de su cuarto”.

Días después escribió que Fernando VII que “es un tonto, que ni caza ni pesca; no se mueve del cuarto de su infeliz mujer, no se ocupa de nada, ni es siquiera animalmente su marido”. Más adelante diría que Fernando VII “ni siquiera” era un “hombre físicamente”.

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La suegra llevaba un registro de la vida íntima de su hija y confesó en otra carta, un año después de la boda: “El marido no es todavía marido y no parece tener deseo ni capacidad de serlo, lo cual me inquieta mucho”.

El martirio de María Antonia duró hasta 1806, cuando murió de tuberculosis, sin haber tenido un hijo. Al parecer, murió virgen.

La segunda esposa: los médicos la creyeron muerta

Fernando VII, rey de España

Una década más tarde, Fernando VII se casó con la princesa portuguesa Isabel de Braganza (1797-1818), que también era sobrina suya y que no tardó en darse cuenta lo poco interesado que su marido estaba en ella.

Para entonces el rey, apodado por sus amigotes como “El Deseado”, se había aficionado a las prostitutas y eran famosas sus aventuras nocturnas del rey con sus amigos íntimos. Según el marqués de Villa-Urrutia, a Fernando VII “no le gustaba de solazarse con las damas de su corte”, pues prefería las prostitutas.

Solía salir disfrazado por las noches en compañía del duque de Alagón (…) para entregarse fuera de palacio a ciertos deportes que los musulmanes practican dentro del harén…”, escribió el marqués.

La reina Isabel quedó embarazada dos veces, pero las heridas internas posiblemente causadas por el rey durante el coito complicaron su salud y murió a los 21 años.

Durante el último parto, los médicos la dieron por muerta y decidieron hacerle una cesárea para extraerle el niño que llevaba en su vientre. Pero en plena carnicería, la reina despertó y lanzó un espantoso grito de dolor y murió de horror.

La tercera esposa: educada por monjas, no sabía lo que era el sexo

Fernando VII, rey de España

El rey se casó por tercera vez con la princesa María Josefa de Sajonia (1803-1829), una “alemana más triste que un sauce”, según un historiador, educada estrictamente en un convento que no tenía idea de lo que eran las relaciones sexuales cuando llegó a España a los 17 años.

La princesa, mujer atractiva, con una dulce expresión y profundos ojos azules, no parecía la esposa ideal para un rey ya famoso por su vida privada desordenada pero se asegura que se quisieron mucho y fueron muy cariñosos el uno con el otro.

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A Fernando VII se le presentó nuevamente un problema a la hora de procrear porque, como explicó Prosper Mérimée en una de sus históricas cartas, "ignoraba hasta las cosas más elementales de este mundo, y que conocen en España incluso las niñas de ocho años".

En palabras del historiador Francisco González-Doria, “a doña María Josefa nadie se había tomado la molestia de ponerle en antecedentes de algunas circunstancias, por lo que la pobrecilla no tenía ni la más remota idea de que los niños no vienen al mundo merced a los desinteresados servicios de una amable cigüeña”.

Según el mismo autor las prácticas “le causaron tal horror cuando estuvo a punto de poder experimentarlas la noche de bodas, que la ingenua soberana, presa de verdadero pánico... no pudo evitar orinarse en el lecho”.

Fernando VII, rey de España
Para mantener un coito normal y evitar que sus esposas sufrieran "Fernando usaba en el curso de sus relaciones íntimas una almohadilla de tres o cuatro centímetros de grosor y perforada en el centro que amenguaba el defecto”, dijo un historiador.

“Y he aquí por qué la servidumbre palatina vio con asombro que Su Majestad, a poco de haber entrado en la regia alcoba, salió de ella más que deprisa, en paños menores, echando pestes y apestado a demonios”, escribió el historiador Juan Balansó.

Cuando Fernando VII insistía en cumplir su deber conyugal, María Josefa ponía excusas: “¿Por qué no nos rezamos un rosario, Fernandito?”. “Lo que el rey quiere de mí es pecado mortal”, explicaba.

El escándalo fue tan grande que hasta el papa Pío VII tuvo que intervenir. Mediante una carta dirigida a María Josefa, trató de convencerla de que las relaciones sexuales entre esposos no eran contrarias a la moral cristiana y le recordó que era su obligación acostarse con el rey.

Hasta el papa Pío VII tuvo que intervenir. En una carta dirigida a María Josefa, trató de convencerla de que las relaciones sexuales entre esposos no eran contrarias a la moral cristiana

Según el autor José Antonio Vidal-Sales, la reina “se estremecía siempre de angustia y de pavor” cuando el rey ingresaba a su habitación “y se despojaba de sus calzones dispuesto a copular”.

Para retrasar el sufrimiento, la reina obligaba al rey a rezar el rosario antes de mantener relaciones sexuales: “De tal manera que en los diez años que durará el matrimonio, Fernando VII habrá rezado más que el resto de toda su condenada vida...”, escribió Vidal-Sales.

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Cuatro meses después de la muerte de María Josefa por “fiebres graves”, se anunció que Fernando VII se casaría con otra de sus sobrinas, la joven María Cristina de Borbón, en una boda muy recomendada por el médico real Pedro Castelló y Ginestá, precupado por la “exaltad sexualidad” del monarca.

“Dice Castelló que ya tengo el pulso tan fuerte como antes y que es menester que yo me case cuanto antes”, escribió Fernando a un amigo. Por entonces el rey tenía 45 años y su sobrina, 23.

El historiador Enrique Junceda Avello explica que para ese entonces “Fernando VII conservaba un acusado apetito sexual y que antes de su matrimonio eran los placeres de la carne los únicos que amaba, y que practicaba en casas de mala nota, donde incluso llegó a conocérsele entre sus clientes”.

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El mismo autor dice que la noche de bodas fue “desafortunada” debido a “la impaciencia de Fernando VII por satisfacer sus carnales apetitos”.

La noche de bodas en vez de ser una noche de amor se convirtió por ello en una noche de violencia e íntima agresión. El matrimonio se inició por tanto con una violación y allí se decidió una vez más y como siempre ocurre en estos casos el destino futuro de los recién casados”, relató.

María Cristina “no olvidaría nunca este torpe comportamiento de indelicadeza y desafecto” de su marido, relató Junceda Avello. Y apenas unos meses después de enviudar en 1833, ya libre del monstruo Fernando, la joven reina se casó, esta vez por amor, con un hermoso guardia real.