A días de haber cumplido 90 años y después de dos internaciones en medio de la pandemia que hicieron dudar sobre su ya delicada salud, se anunció que Carlos Menem se casa -por segunda vez- con Zulema Yoma. Ella tiene 77 años y hace un tiempo que volvió a estar junto a él. Zulemita fue el nexo, los nietos, la vida. Mucho camino recorrido juntos, y mucho otro, por separado y casi como enemigos. Podría decirse a riesgo de ser cursi, que hay algo pudo haber estado escrito. El destino quizá, que es algo que en la tradición árabe -amplia al respecto- tenía predeterminado que el final sería así. Ambos se conocieron en Damasco (Siria) en 1964, y Zulema alguna vez contó que cuando decidió casarse sabía de las “mañas” de quien fue el padre de sus hijos.
Por eso, antes y hoy, nadie conoce más a Carlos Menem que Zulema. Nadie. En tiempos de deconstrucción que ambos terminen juntos -legalmente juntos- después de haber atravesado todo y mucho más, puede parecer obsoleto. Pero ambos son personas criadas en otro tiempo. El presente que él vive es un tiempo que para él no siempre es el que marca el calendario, es él quien elige en que momento posarse según la hora, según el día. Por eso, de lo único que no podría dudarse es que para Zulema, este casamiento sí es un acto de amor. A su hija, a sus nietos. También un acto seguridad para abrazar cuestiones más terrenales que interesan más a ese núcleo de afectos que a ella mismo. Y sobre todo es un acto de fe. Una fe más musulmana que cristiana por cierto.