Una vez más, la cuestión fiscal está en discusión entre nosotros. Una vez más lo está del mal modo y por las malas razones. Dos decisiones del Gobierno han puesto el tema en la agenda pública. Por un lado, el impuesto a las grandes fortunas. Por otro, la anunciada intención de aumentar la alícuota del impuesto a las ganancias de las sociedades empresariales. Según el oído que se use, será la cantilena que se escuche.
Para unos hay una necesidad de un impuesto solidario, al tiempo que acusan a los ricos por su avaricia y egoísmo. Otros denuncian a un Estado extractivo que no deja de obtener recursos de la Argentina productiva y brindar bienes y servicios públicos de una calidad cada vez peor. Considerando las fuentes de recaudación del Estado argentino, ser rico nuestro país es barato. No hay impuesto la herencia y la alícuota del Impuesto sobre Bienes Personales es relativamente baja. Nuestro Estado, grande y fundamentalmente inútil, se financia principalmente con impuestos indirectos que gravan los bienes y servicios del consumo de la gran parte de la población. Eso limita fuertemente la capacidad redistributiva del sistema impositivo. Es por eso que hay que reformarlo, hay que reformarlo completamente.
¿Cómo quedaron las actualizaciones de los impuestos internos?
Hoy no solo es inequitativo y regresivo, es fundamentalmente solo un mecanismo de recaudación. Pero el sistema impositivo debería ser un sistema inteligente de señales que orienten la acción de los agentes económicos. En lugar de poner los incentivos erróneos, como lo hace actualmente, debería poner los incentivos adecuados. Incentivos erróneos, cuando el Estado necesita recursos, estimula caliente el consumo interno a expensas del ahorro y la inversión.
Hay que diseñar el sistema para que esté a favor de los intereses del país, que esté a favor del ahorro y de la inversión, de las exportaciones y de la generación de divisas, de la reinversión de las ganancias empresarias. No es posible seguir sosteniendo un sistema fiscal que alienta el gasto de los estados para crear sensaciones ficticias de riqueza en la población a cambio de votos y los negocios de los empresarios menos competitivos y más prebendarios que se benefician de esas cesiones gubernamentales.
* Analista político.