En la intimidad, Alberto Fernández se compara con Adolfo Suárez, aquel presidente español que venía del franquismo y que terminó siendo el mandatario de la transición española entre una sociedad fragmentada por el odio y un nuevo modelo de convivencia democrática.
Ojo, cuando Alberto Fernández se compara con Suárez lo que también dice es que se percibe como un presidente de transición, de cuatro años.
En público, el Presidente también se preocupa por transmitir lo mismo: que el futuro es de los otros políticos. Por eso, cuando se le habla de 2023 explica que la persona que más se preparó para sucederlo es Sergio Massa y también elogia a Máximo Kirchner y Axel Kicillof.
Incluso se molesta cuando los más albertistas lo apuran para que se termine de posicionar como el líder de una corriente propia y prepararse para una eventual reelección.
Y cuando en privado Alberto Fernández se compara con el fallecido presidente español también se quiere mostrar como un presidente de transición entre la grieta y la anti grieta. En esa lógica, su mayor desafío no sería construir un mandato de ocho años que transforme la estructura económica del país y lo convierta a él en el líder indiscutible de ese logro, sino cambiar en cuatro años la matriz de relacionamiento social y político de la Argentina; dando lugar a una nueva generación de líderes, más dialoguistas y menos confrontativos.
Traducido en términos concretos sería: 1) superar la pandemia con los menores costos humanos posibles, 2) terminar de acomodar los pagos de la deuda externa, 3) reactivar la economía y, por último, lograr que quien lo suceda en 2023 se parezca más a un Massa o un Rodríguez Larreta, que a Cristina Kirchner y a Mauricio Macri. Y además es imaginarse a sí mismo en el lugar de un Adolfo Suárez cuya mayor conquista fue haber sido esa bisagra que marcó un cambio de época.
Pero si a Alberto Fernández le va bien, lo que va a pasar es que él ya no querrá ser Suárez sino que irá por su reelección. Aunque hoy prefiera que sus socios del oficialismo no crean eso.