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Columnas

La utopía agraria

Que la única propuesta actual consista en llevarse de nuevo a toda la gente a la vida rural, es reconocer que fracasaron las promesas de un país moderno.

La semana pasada, la política giró en torno a la toma de un campo en Entre Ríos que lideró Juan Grabois, se discutió entonces acerca de la propiedad privada. Se conocieron las honduras sucesorias de una familia tradicional de la provincia. Menos se discutió acerca de la propuesta misma de Grabois, posiblemente por su responsabilidad.

El pasaje al acto, en este caso bajo la forma de la invasión de una propiedad ajena, deja siempre la palabra fuera de la escena. Pero creo que es útil interrogar qué es lo que hay de fondo en la propuesta de Juan Grabois. 

En mi opinión, se trata de una utopía reaccionaria que es a la vez resultado de un fracaso. La utopía reaccionaria es la utopía agrarista que asocia con la vida rural valores y virtudes superiores a los de la sociedad urbana.

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La utopía agrarista tiene una larga historia que no pocas veces terminó en catástrofes. Desde la utopía estalinista en Siberia a la gran hambruna causada por Mao a fines de la década de los 50 en China.

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Pero más que en las experiencias socialistas, la utopía agraria encuentra sus raíces en el mundo cristiano, que propone a la comunidad rural con su apartamiento de los vicios de la ciudad, sus lazos de solidaridad religiosa y la convicción de que el cultivo de la tierra brinda un sentido de unión, lazos de fraternidad intensos, un sentimiento de pertenecer a una familia, un lugar, una religión o una fe.

En definitiva, todo ello es un bien espiritual que permite una relación más estrecha con Dios. No hay nada de nuevo en todo eso, pero si hay algo nuevo o cuando menos revelador en esa utopía, venga de la mano de los sectores más radicalizados del actual gobierno.

Cuando Grabois se propone radicar a los pobres de las periferias urbanas en villas agrarias, está afirmando, quizás sin saberlo, el fracaso del proyecto de la Argentina del siglo XX, un proyecto que atraía a la gente a las grandes ciudades. No porque allí encontrarían solamente trabajo, sino también porque la vida en la ciudad era el principio de la movilidad social. Era el acceso a la educación, a los bienes simbólicos y a una forma de sociabilidad mucho más moderna que la de sus lugares de origen. Que la única propuesta actual consista en llevarse de nuevo a toda esa gente a la vida rural, es reconocer que aquellas promesas fracasaron. Es allí donde hay que interrogar la dimensión trágica del proyecto político de Juan Grabois.