Una vez más ayer se manifestaron en numerosas ciudades de nuestro país un número relativamente importante de personas, aunque el denominador común de quienes participan de estas manifestaciones es la expresión del descontento. Las causas que invocan son variadas e imprecisas. Algunos protestan contra la política judicial, otros contra el fallo de la Corte Suprema, algunos más por la política sanitaria o en defensa de la propiedad privada.
Resulta evidente que se trata de manifestaciones opositoras, pero la diversidad de los reproches que expresan hace también evidente la ausencia de un liderazgo opositor que las encauce y desde un sentido preciso. Se podrá decir que allí está su virtud. Si bien es cierto que las movilizaciones más o menos espontáneas de adhesión o de rechazo son síntoma de una ciudadanía activa y comprometida con el país. La falta de organización política es reveladora de la confusión que impera en la oposición. Carente de un liderazgo claro la coalición, que hace apenas un año obtuvo más del 40 por ciento de los votos en las elecciones presidenciales, parece incapaz de convertirse en la fuerza política que canalice el descontento de ese sector de la ciudadanía, al que se supone representa.
La contraparte del carácter virtuoso de una ciudadanía movilizada es el aspecto problemático de una oposición confundida, carente de un discurso unificado que, por tanto, no está en condiciones ni de actuar como límite a los excesos del gobierno, ni de constituirse en interlocutora del oficialismo para avanzar en los acuerdos imprescindibles, para intentar salir de la gravísima crisis que atraviesa nuestro país. Porque casi tan serios como las vacilaciones, abusos e incompetencia del Gobierno son las indefiniciones de una oposición que no puede producir un discurso público que organice el malestar y que proponga caminos alternativos para los complejos tiempos que vivimos.
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En una de las tantas escenas memoria memorables de tiempos modernos, Chaplin recoge una bandera roja que, colocada en señal de precaución, se cae del camión que la llevaba. Chaplin corre detrás del camión con la bandera en alto para devolverla y al girar en una esquina, queda al frente de una manifestación obrera a la que aparece conduciendo con su bandera roja. La oposición debería recordar esta escena cada vez que el descontento popular carece de representación política, queda disponible para que cualquier oportunista lo lidere.
Como hemos visto en los últimos tiempos, esos oportunistas no son el cándido Charles Chaplin que termina "morido" a golpes por la policía. Son los Trump, los Bolsonaro y los Boris Johnson de este mundo que también entre nosotros andan merodeando para ponerse a la cabeza de las manifestaciones y que terminan ellos muriendo a golpes a la democracia.