La felicidad es contagiosa. Es decir, que si las personas que están en nuestro entorno están felices, podemos sentirnos tan contentos como ellos. Y mientras más cercana sea la persona feliz, más feliz seremos, sobre todo si es de nuestro mismo sexo. ¿Parece descabellado? Un estudio que combina la epidemiología y la sociología asegura que no, una conclusión a la que también llegó Perfil.com al consultarlo con especialistas.
En efecto, investigadores de las universidades estadounidenses de California y San Diego llegaron a esa conclusión luego de utilizar, a su vez, los datos de una de las investigaciones más famosas de la historia de la medicina, el estudio Framingham, informó el diario español El Mundo .
El estudio Framingham se viene realizando desde 1948. Desde entonces, 5.209 ciudadanos de esa localidad estadounidense, a los que se agregaron ahora sus hijos y sus nietos, se someten periódicamente a estudios y análisis para conocer su estado de salud. Las conclusiones, publicadas en la revista British Medical Journal , han determinado que "lo más importante es el reconocimiento de que las personas son seres sociales y el bienestar y la salud de un individuo afecta a la de quienes le rodean".
Los autores seleccionaron a 5.124 individuos y a varios de sus conocidos: padres, hermanos, pareja, hijos, vecinos, compañeros de trabajo, amigos, y hasta amigos de amigos. En total, más de 12.000 personas que estaban conectados entre sí de alguna manera en la localidad de Framingham entre los años 1971 y 2003, y que constituían entre ellos alrededor de 53.200 vínculos sociales.
Para definir la “felicidad”, los investigadores James Fowler y Nicholas Christakis utilizaron una escala de valores en la que los participantes tenían que responder a varias cuestiones sobre sus sentimientos en las últimas semanas: "Me siento esperanzado con el futuro", "me siento feliz", "disfruto de la vida", "siento que soy tan bueno como otras personas".
Sus análisis demostraron que las personas felices suelen estar vinculadas entre sí, al igual que las desdichadas. Algunos datos: una persona tiene un 15% más de probabilidades de sentirse dichosa si está conectada con personas felices, aunque a medida que la relación se va distanciando (amigos de amigos, vecinos, compañeros de trabajo, etcétera), estos porcentajes se van reduciendo al 98% o, incluso, al 56% en el caso de conocidos de tercera línea (amigos de amigos de amigos, por ejemplo).
Pero también, tener amigos alegres incrementa un 9% las probabilidades de ser feliz en el futuro o convivir con una pareja dichosa equivale a un 8% de felicidad, asegura la investigación. Del mismo modo, rodearse de pesimistas reduce un 7% las emociones positivas.
Este análisis de la transmisión de sentimientos señala también que las personas del mismo sexo se contagian la felicidad con más facilidad que los contrarios. Quizás por eso sugieren el bienestar de amigos o vecinos puede influir más que el de la pareja (en la muestra eran todas heterosexuales).
Consultada por Perfil.com, la psicoanalista Any Krieger, miembro de la Asociación de Psicoanalistas Argentina (APA), sostiene que el efecto contagio de los estados anímicos suceden desde que estamos en la panza materna. “Desde la panza, los bebés ya están influenciados por el estado anímico de la mamá”, destaca la especialista. Y especifica que, precisamente, “el estado anímico de las personas está ligado a la palabra”. Es decir, “depende de la palabra con la que se encuentre va a llorar o a reír”.
Krieger destaca que toda persona logra sentirse más plena cuando “está relacionada con otro que se le presenta como más pleno: alguien que está lleno de proyectos, de expectativas, de optimismo, será alguien que seguramente ejercerá una influencia positiva en el ánimo de toda persona”. Y aclara que, de la misma manera, los estados de ánimo negativos recaen con la misma carga sobre los que están a su alrededor. “En conclusión, el sujeto humano es absolutamente dependiente del ánimo quien lo rodea”, asegura la especialista.