Todos los mediodías, Antonella (15) llega a la Escuela Nº 3 de Quilmes, donde cursa cuarto año, cargando una mochila con carpetas y libros. Pero además lleva otro bolso con pañales, juguetes y la mamadera de su hijo Valentín, de un año y diez meses. Lo deja en la sala indicada con grandes letras azules, le da un beso y se va al aula. Otras siete compañeras de distintos cursos hacen lo mismo: dos maestras jardineras y una preceptora esperan a los ocho chiquitos de entre 45 días y 2 años que, mientras sus mamás estudian, pasan la tarde en la sala maternal de la escuela. En casa, Antonella se arregla: “Cuando Valentín duerme la siesta estudio. Si no, lo siento al lado mío a dibujar y así yo puedo repasar. Nunca estuvo en mis planes dejar de estudiar”, dice, y asegura que quiere ser psicóloga.
Romina (16, con una hija de 2 y medio), en cambio, sí dejó la escuela cuando quedó embarazada. Pero se enteró de que la Escuela Nº 2, en el centro de La Plata, tenía sala maternal y medio año más tarde retomó: “La traje desde los 45 días, y ahora es ella la que me pide venir al jardín. Este año ‘egresa’ de la salita y se incorpora a la sala de 3 de la escuela. Yo quiero ser asistente social: me gusta la posibilidad de crecer que me dieron acá”, asegura. Su compañera Noelí (20) comparte los recreos con su hija.
En el país, según las últimas estadísticas, uno de cada dos alumnos no termina el secundario. Las causas son múltiples y, en muchos casos, casi imposibles de solucionar a corto plazo. El embarazo adolescente (ver aparte) es una de ellas. Pero contra esas estadísticas pelean las salas maternales instaladas en las escuelas de la provincia de Buenos Aires –son 52 hasta el momento y, según adelanta a PERFIL el subsecretario de Educación, Sergio Siciliano, para 2017 ya serán “al menos treinta más”–, que se instalan a pedido de cada distrito. Sin embargo, el programa, que lleva ocho años en funcionamiento, no está dirigido sólo a ellas: cada año se suman más papás que llevan a sus bebés a las salas, y también, a diferencia del plan que existe en la Ciudad –el único otro distrito del país que implementó salas maternales–, incluye a hermanos mayores, que “casi como una cuestión cultural, no se plantean no dejar la escuela cuando quedan al cuidado de sus hermanitos”, asegura Carla Cecchi, directora provincial de Educación Secundaria. “No las llamamos ‘guarderías’ porque se hace un trabajo integral: les damos talleres de educación sexual para planificar el segundo embarazo, y orientación familiar”. Además, cuando terminan su estadía en la sala, los chicos se incorporan directamente al nivel inicial de la escuela, lo que les asegura a los papás o hermanos poder seguir estudiando al egresar o salir a trabajar.
Recursos. “Esos chicos no tenían la posibilidad de ir a la sala maternal como recurso pedagógico, pero aquí incorporan juegos, hábitos, descanso, orden en la comida. Esto mejoró sobre todo las posibilidades de las mujeres, que se convierten en las alumnas más dedicadas. La influencia de quienes quedan al cuidado de sus hijos las afecta profundamente: muchas quieren estudiar carreras similares”, agrega Nilda Silva, directora de la escuela platense que solicitó en 2011 incorporarse al programa. Más allá de las campañas de prevención, en 2008, cuando comenzó a gestarse el programa, “en 1.800 establecimientos escolares de la provincia, más de 4.800 alumnas eran mamás y 3 mil estaban embarazadas”, recuerda Cecchi. Con el apoyo de Unicef, que se ocupa del material didáctico y el mobiliario de las salitas, se armó el plan para que funcionaran dentro de la escuela o en jardines cercanos. Las mamás tienen su espacio de lactancia y un régimen de inasistencias especial, que contempla que cuando los bebés se enferman y ellas faltan a clase, adelanten los contenidos en sus casas. Durante las jornadas escolares, sólo las llaman si al bebé le pasa algo. Si no, como dice Aldana (19), mamá de Brunella, son “una alumna más”.
Las familias son el otro gran obstáculo a vencer: “Cuando la chica batalla sola la posibilidad de llevar al bebé, se le hace cuesta arriba. Vemos abuelos de menos de 40 años, que al principio rechazan la ayuda pero luego, al ver que las chicas siguen estudiando, las inscriben ellos mismos”, cuenta Cecchi. Tienen que presentar los planes de vacunas y controles médicos, agrega la asistente social Gladys Herrera.
Según datos del ministerio bonaerense, más del 50% de las mamás que cuentan con este tipo de apoyo terminan quinto año. Muchas veces, con un hijo que “egresa” al mismo tiempo que ellas.
Campaña por el embarazo adolescente
A pesar de la Ley de Educación Sexual Integral, obligatoria desde hace una década, en la Argentina el embarazo en la adolescencia no disminuye: el 16% de los niños que nacen cada año es de madres adolescentes, según estudios realizados por la Red Nacional de Jóvenes y Adolescentes y la Fundación para la Investigación y el Estudio de la Mujer (FEIM). Con el apoyo de Unicef, la ONG presentó esta semana la campaña “#Decilo como quieras, pero informate antes”, una iniciativa dirigida a adolescentes para desterrar mitos vinculados al embarazo e informar sobre la maternidad y la paternidad no planificadas. Hasta mañana, día en el que se convoca a la concientización y prevención del embarazo en ese grupo etario, un grupo de voluntarios recorre parques y plazas de todo el país para distribuir el “Test de No Embarazo”, que incluye preservativos y un “prospecto” con información.
“En la primera relación sexual no puede producirse un embarazo” o “la mujer es la única responsable de evitar el embarazo” son algunos de los mitos falsos que la campaña busca desterrar. Además, apunta a los derechos de los adolescentes a “disfrutar una vida sexual placentera y libre de todo tipo de violencia”, dicen. “Los servicios públicos de salud deberían atenderlos pero en muchos casos no lo hacen, por eso defendemos esos derechos”, dice Mabel Bianco, presidenta de FEIM.