María Laura Céspedes (31) es enfermera de neonatología en un hospital, y mamá de dos chicos. Ciro, el segundo, nació en su casa. “Fue una decisión para la que me preparé física y mentalmente”, dice. Y recuerda que cuando estaba casi a término su obstetra, a quien ya le había contado sus planes de tenerlo en casa, le dijo que había que programar una cesárea porque el bebé venía de cola. “Lo analizamos mucho, con todos los pros y contras, y nos decidimos por tenerlo en casa. En tres horas nació, sin ninguna complicación. Fue un parto vertical, en mi casa, tranquila, con mi marido y las dos parteras”, sostiene. Y agrega que quienes critican este tipo de decisiones lo hacen sobre todo por falta de información. “A mí me cosieron y todo, nos hicieron los mismos controles que nos hubieran hecho en una institución. No es algo improvisado”, explica.
En el caso de Natalia Ponce (32), la decisión de tener a su bebé en su casa llegó luego del desencanto que le produjo el trato que venía recibiendo en el hospital. “Cada vez que iba me atendía alguien diferente, no se acordaban mi nombre, ni mis deseos. Me decían que había cosas que no se podían negociar”, recuerda. En un curso con una experta en crianza se conectó con las parteras de AAPI: “Con ellas las consultas duraban entre dos y tres horas, incluso tuvimos una de cinco horas”, agrega, marcando la diferencia con la atención personalizada entre una y otra.