Fue en agosto de 2012. Sandra Colo fue hallada por su padre en la cocina de Abracadraba, el pelotero en el que trabajaba. En ese momento no pareció tener importancia, pero era jueves 16. Por un año y medio el asesino logró evadir a los investigadores. Pero no pudo con su genio, volvió a matar y dejó su firma. El segundo homicidio también ocurrió un jueves 16, pero 18 meses más tarde, en enero de este año, cuando atacó y mató a Paola Tomé en Rowena, un local de ropa para bebés, es decir, también dedicado al público infantil. Ambas eran solteras y no tenían hijos. Ambas fueron ahorcadas en su lugar de trabajo y en horarios diurnos.
A la fiscal de instrucción penal Vanina Lisazo no se le escapó que los crímenes tenían llamativas similitudes. Y ya no descansó. “Fueron veinte días de no dormir. De presión y angustia”, confesó a PERFIL luego de que el resultado del ADN dejara al supuesto “killer” sin escapatoria. Se trata de Rubén Rodolfo Recalde, un mecánico de 53 años que en 2005 fue condenado a siete años de prisión por robo en tres oportunidades, hurto en tres, encubrimiento en dos, robo calificado en tres y delito contra la integridad sexual. No es todo: Recalde tiene antecedentes desde el año 1980. Dejó la prisión por última vez dos meses antes del asesinato de Colo.
El presunto autor de los crímenes que espantaron a Junín fue detenido en su casa el jueves pasado y será indagado hoy. En su vivienda, la policía encontró las zapatillas que habría usado en ambas oportunidades y en su auto, una especie de “kit” para asesinar: “una mochila con un cuchillo, cuerdas y guantes en su interior”, reveló una fuente de la investigación. Si bien el supuesto asesino estudió en detalle los movimientos y los horarios de sus víctimas, fue desprolijo en la ejecución de los crímenes. Su sangre fue hallada en las paredes del pelotero y debajo de las uñas de Sandra, que se defendió de un feroz ataque. En el segundo caso, los forenses hallaron el mismo patrón genético en un rastro de saliva que el homicida dejó en la zona torácica de Paola.
Pero fue la huella de una zapatilla la que abrió el camino para que Lisazo confirmara sus sospechas. El homicida usó el mismo calzado en ambos crímenes. Lo confirmaron las pericias.
Modus operandi. La mecánica de las muertes también habló sobre el autor. En ambos casos, la autopsia determinó que fueron víctimas de asfixia por ahorcamiento. Sandra fue golpeada de forma brutal y, luego, el “killer” la estranguló con un torniquete atado a un palo. A Paola, en cambio, intentó asfixiarla primero con un pañuelo en la boca, como no funcionó, la ahorcó. En ninguno de los casos hubo abuso y se descartó el robo. Mientras que todo parece indicar que Paola fue sorprendida, creen que Sandra podría haber abierto la puerta al asesino, incluso haber entablado una conversación con él. No está claro aún si las mujeres lo conocían pero sí que el mecánico vivió cerca de sus víctimas. Primero, de la casa de Sandra, luego, se mudó a pocas cuadras de la vivienda de Paola.
Si bien en la causa, que fue unificada, se investigó a ocho personas, el cerco se cerró sobre el mecánico con el testimonio de una tercera víctima que sobrevivió al ataque en 2009. La testigo se animó a hablar tras el segundo crimen y los investigadores llegaron al responsable. El homicidio de Sandra cuenta con una carga emotiva extra: su hermana Claudia fue asesinada 12 años antes, también en su trabajo. Un hombre fue condenado por el crimen, y fue el primer sospechoso cuando Sandra tuvo el mismo final. “Su participación física está descartada, pero no su autoría intelectual”, señaló a PERFIL Darío de Ciervo, abogado de la familia Colo.
Y pese a que los dos casos estarían esclarecidos, la figura de Recalde sigue inquietando a la fiscal, que no cerró la investigación. Ahora busca más víctimas. Creen que su pulsión asesina pudo haberse desatado con anterioridad.