Hace siete años que María Mercedes Fernández (51) trabaja como empleada doméstica en casa de Natalia Girolimini (39), abogada y mamá de dos chicos. María Mercedes, o Marilú, como le dicen, también es mamá, de una nena de doce. Todos los días sale de su casa en zona sur hacia la Ciudad de Buenos Aires, donde deja a su hija en el colegio y se va a trabajar a lo de Natalia. Ahí prepara el desayuno de los chicos, los lleva al colegio, limpia, ordena, cocina y cuando se hacen las cuatro de la tarde se va otra vez al colegio; esta vez a buscar a su hija, con quien vuelve a su casa.
“Yo acá me siento como en mi casa, si no viniera creo que hasta extrañaría”, dice Marilú mientras toma mate en la cocina de la casa que también es su lugar de trabajo. A Massimo, el más chico de los hijos de Natalia, lo cuida desde que era un bebé. “Tenemos buena relación y mucha confianza”, agrega Natalia, la empleadora, con la tranquilidad de saber que la persona que todos los días queda a cargo de su casa la conoce bien. “Sabe todo lo que tiene que hacer y si algún día algo se sale de la rutina le dejo un papelito”, cuenta.
El caso da cuenta de un vínculo que se construye en la intimidad, que en muchos casos supera lo laboral por el nivel de afectividad que alcanza. Especialmente aquellos en los que la empleada trabaja durante años en la misma casa, cuidando chicos y participando de la cotidianidad de una familia, a la que llega a conocer a fondo.
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