SOCIEDAD
Danza clásica

Especialistas advierten por la falta de un equipo médico en el Teatro Colón

Cada año cerca de 300 niños audicionan para ingresar al Instituto del Colón. Todavía no cuenta con un grupo que controle la salud de sus alumnos.

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Rocío Agüero (17), alumna del Colón. | Máximo Parpagnoli
Trastornos alimenticios, lesiones físicas, presión psicológica y competencia extrema son algunos de los problemas que existen en el ámbito del ballet. Cada año, cerca de 300 aspirantes sueñan con ingresar al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón y seguir los pasos de Paloma Herrera, Julio Bocca o Maximiliano Guerra. Sin embargo, hasta el momento, el centro formativo no cuenta con un equipo propio de médicos, nutricionistas y psicólogos que asistan a sus alumnos y alumnas

Lo más cercano a ello es el servicio de voluntariado de Marcelo Ghioldi, médico deportólogo del Hospital Ramos Mejía, que es consultado desde 1990. “Es raro que un Teatro de tal envergadura todavía no haya definido un equipo médico propio”, expresó Ghioldi, que creó en el 2014 el Proyecto EIDAN (Equipo de Investigación en Danza), a fin de analizar con mayor detenimiento la aplicación de la ciencia a la salud de los bailarines. “Cada dos o tres años me citan para decirme que están dispuestos a armar un equipo de trabajo, pero nunca llega a concretarse. Cuando es la hora de definir los detalles del programa, el equipo profesional, los honorarios, volvemos a cero. De todas formas, creo que es la vez que más cerca estamos”, dijo. 

Marcia Onzari, nutricionista especializada en deportistas y profesora en la Universidad de Buenos Aires, explicó que “es necesario que el asesoramiento nutricional de los bailarines sea específico a su disciplina, que es diferente a cualquier otra, ya que no se identifican con la población general ni con la población de deportistas”. Según Onzari -que también forma parte de EIDAN- los bailarines argentinos son un grupo poco conocido por los profesionales de la salud y describir sus hábitos alimentarios no es tarea fácil. La única forma de poder ayudarlos es trabajar desde adentro”.

Según los datos recabados por Guillermina Rutsztein, Doctora en Psicología por la Universidad de Buenos Aires y especialista en trastornos alimenticios, las bailarinas integran la población de más alto riesgo a padecer trastornos alimentarios, junto a las atletas de alta competencia y las modelos. “Es una disciplina en la cual la extrema delgadez pareciera estar asociada a un mejor desempeño”, indicó. La especialista, recientemente nombrada como Miembro Distinguido de la Academy for Eating Disorders por sus contribuciones innovadoras, señaló que las bailarinas no están bien orientadas y que es un problema que no cuenten con un equipo interdisciplinario que se dedique en un cien por ciento a su salud. “Los mayores avances que tuvimos han sido por voluntad de los profesionales, nunca hubo financiamiento del Colón para asistir a los bailarines, y es algo imprescindible”, manifestó. 

Desde el 2010, la regente de la Carrera de Danza del Colón es Tatiana Fesenko, una artista emérita rusa, ex primera bailarina de San Petersburgo. “Cuando necesitamos algo, acudimos al doctor Ghioldi, pero estamos muy cerca de tener un equipo propio. Ojalá se pueda concretar el proyecto para que él y su gabinete interdisciplinario estén oficialmente dentro de la escuela”, expresó. Formada en la Academia Vagánova, una de las más prestigiosas del mundo, Fesenko es una fiel seguidora del sistema de enseñanza ruso: “Disciplina y forma. Eso es lo más importante para un bailarín”, afirma.

En septiembre de 2008, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires sancionó la ley 2855 por la cual declaró al Teatro Colón un ente autárquico. Es decir, puede definir su propio presupuesto. “Tienen la posibilidad de prever un equipo médico, pero no lo hacen. No entienden que preservar la salud de un chico desde temprana edad va a generar mejores bailarines en un futuro. Quieren ver cambios a corto plazo y no se dan cuenta de que en el descuido de los últimos 20 años ya perdimos cinco o seis Julio Bocca y Paloma Herrera”, concluyó Ghioldi.

El precio de la perfección. Vanesa Etchazarreta (24), bailarina egresada del Colón y profesora en la Escuela de Flavio Mendoza y en la Fundación Julio Bocca, participó hace algunos meses en la audición de una compañía nacional, y fue descartada en la primera etapa. “Me sacaron por gorda, algo que es incomprensible por mi experiencia. La examinadora nos explicó que para entrar necesitábamos bajar 4 o 5 kilos. Cuando lo hablé con mi nutricionista, me dijo: ‘conmigo no contás’”. A los 16 años, Vanesa estuvo muy cerca de la bulimia. “Era muy inconsciente. Me llevaba al colegio una lata de arvejas, y eso era lo único que comía en todo el día”, señaló. Y agregó: “La vida de la danza no es color de rosa como todos piensan, de tutú y zapatillas de puntas. Es todo lo contrario: tenemos que ser guerreras”. 

Constanza Saíno es una bailarina que a los 11 años llegó desde Entre Ríos para ingresar al Instituto del Colón. A los 13 ya vivía sola en Buenos Aires. “Tuve un maestro muy exigente que me decía que tenía que ser una sílfide. A los 12 años yo pesaba apenas 24 kilos”, cuenta Saíno, que hoy tiene 30 años, vive en Córdoba, tiene un hijo y se dedica a la docencia. “En una oportunidad me pusieron un alfajor en el bolso, para que lo viera el profesor y me retara. Si bien no recibí ningún reproche, los maestros me miraron como diciendo ‘Eso lo tenés prohibido’. Era muy común ver a mis compañeras oler los paquetes de papas fritas porque no podían comerlas, ya que nos controlaban constantemente el nivel de grasa corporal. También me llegaron a empujar arriba del escenario”, confiesa.

María Rocío Agüero, de 17 años, es alumna de 7mo. año del Instituto del Colón. Cuando recién empezaba a bailar fue a ver a Julio Bocca y Alessandra Ferri en “Manón”, una de sus obras favoritas. Cuando salió del teatro, lo primero que le dijo a su madre fue “quiero ser como Julio Bocca”. Ella, sorprendida, le preguntó: “¿Cómo Julio? ¿No preferís ser como Alessandra?”. Su respuesta fue contundente: “No, yo quiero ser como Julio”. La joven, que entre febrero y agosto de 2016 fue becada para estudiar en una escuela de ballet de Filadelfia, señaló: “Tenés que amar la danza para sostener la carrera, si no es imposible continuar. Sin las clases diarias y el trabajo permanente es difícil progresar”. Y concluye: “Es una carrera muy individualista y competitiva. El ambiente es bastante hostil”.

Elizabeth Antúnez, egresada del Colón y actual integrante del Ballet del Teatro Argentino de La Plata, sostuvo: “Vivimos pendientes de la aprobación y ojos críticos de los demás. Es una carrera en la que hay mucha competencia y es difícil encontrar verdaderas amistades”.