Marcela (43) habla con su mejor amiga, que vive en Chile. Ambas comparten la preocupación no sólo por el día a día de la pandemia y la vida en aislamiento, que ya alcanza 110 días: “Nos encontramos casi en un lugar idéntico: su hija, de ocho años, no puede resolver las tareas más simples de su vida cotidiana. Y mi hijo menor, de seis, está pasando momentos de angustia porque dice que se siente ‘indeciso todo el día’”, comparte. “Y nos pasa que no sabemos qué hacer, cómo ayudarlos”. Esa situación parece repetirse más con el paso de las semanas y no tiene que ver tanto con los rendimientos académicos de los chicos o su funcionamiento con los pares en la virtualidad.
Para la médica pediatra Laura Krynski, que atiende “familias completas desde hace muchos años”, este fenómeno puede resumirse en un término: hiperconvivencia. Lo más “impactante y disruptivo de esto es que borró determinados límites que son muy higiénicos en las familias: los padres tienen trabajos y obligaciones de grandes -que ahora son escuchadas y presenciadas por todos- y los chicos, su vida social en el colegio, la experiencia escolar que va más allá de lo académico. Esto de los límites borrados también hace que el colegio está metido en la casa y los padres están presentes en una situación que, para mí, debiera ser íntima y privada de los chicos. Eso tiene un sentido y una razón de ser: en sala de dos, la adaptación se hace justamente para que un chico genere otros vínculos y otros lazos con otras características”, explica.
Que la familia y los convivientes compartan -siempre hablando de circunstancias de comodidad, ya que hay, también sabemos, circunstancias mucho peores- esos espacios todo el tiempo, después de tantos días, “y que el espacio donde conviven las preocupaciones de fondo, las existenciales, el temor ante lo que sucede y la económica con el estrés de las tareas domésticas y el timbre que suena sea siempre el mismo sobrecarga mucho los vínculos. Y si ahora el living es el cine, el gimnasio, la oficina, la mesa para comer, la escuela, es pedirle mucho a un solo espacio”, detalla. ¿La solución? “Dentro de lo que se pueda, generar pequeños espacios físicos separados para cada cosa, o momentos específicos”. La presencia de los padres en la performance propia del colegio “también genera mucha interferencia, aunque allí también es de doble filo ya que muchos piden también la intervención de los adultos para ayudar y acompañar” en esas tareas, agrega.
Desarticular mecanismos. Las cabezas de los chicos funcionan con segundos propósitos: ‘voy al colegio porque voy a ver a mi amigo, juego a la pelota, como con ellos’. Por eso estamos viendo cada vez más el síndrome de la cabaña ante las salidas recreativas: chicos que no quieren salir, porque no le encuentran sentido a caminar en un radio de 500 metros sin propósito alguno, y en sus casas tienen todo lo que necesitan”, explica la profesional.
“Los adultos hablamos sin darnos cuenta ante los chicos. Quizá hablamos de la cantidad de muertos por Covid igual que del precio del tomate. Y hay una filtración y una cantidad e información que para ellos es muy difícil de presenciar. Esto puede redundar en regresiones, que son un mecanismo normal de defensa ante esas situaciones. Desde berrinches o hacerse pis quienes ya habían superado esas etapas hasta inseguridades y miedos ante cosas de todos los días”, ejemplifica. “Nosotros tendemos a leer las regresiones como un estrés externo, pero eso no significa no contenerlos. El discurso debería ser más ‘entiendo que te está pasando algo porque esto no es así, debe ser porque a vos te están pasando cosas’; si no, se cae en una comprensión que no hace bien. Y otra cosa importante -recalca- es consultar: una de las preocupaciones que tenemos los pediatras, y por eso algunos organizamos movidas en redes o damos charlas virtuales en los colegios, es que las familias consultan menos porque están preocupados por otros estímulos. No es el trabajo de los papás solucionar estas cosas, y los médicos de familia estamos para ayudar y, si no, derivar”.
Mirar hacia adelante. Para Krynski, lo ideal para pasar el momento es entender que no hay que “instalarse” en la situación actual. “Estamos en transición y esto pasará: hay que cuidarse mientras pero luego todo va a terminar. Y los adultos, entender que la crianza es un trabajo de muchos años y no podemos volver todo para atrás. Lo que sí los ayuda es que les mostremos hacia adelante: en la infancia, el camino natural es hacia la autonomía, y no al revés. Las palabras son las válvulas de escape que alivian.
Espacio emocional para jugar
María Fernanda Rivas*
Los niños son receptores directos del estado anímico de sus padres y del clima familiar.
En estos más de cien días de encierro se encuentran intensificada y sobrecargada la vida familiar. Los chicos son receptores directos del estado anímico de sus padres y del clima familiar. Se ubican fácilmente en el rol de “tranquilizadores” o “antidepresivos” de los adultos. Pueden llegar a quedar fijados en la función de acompañantes de sus padres, mirando más hacia adentro de la familia que hacia afuera. Y si bien la vida virtual hoy es un recurso que nos presta grandes auxilios, será importante también que los niños puedan encontrar formas creativas de juego. Sabemos que el juego, además de entretener, tiene una función curativa: se representan y elaboran experiencias traumáticas al jugar. Para jugar ni siquiera hace falta demasiado espacio físico, pero sí espacio emocional, y capacidad de entrar en consonancia afectiva con quienes nos acompañan. Se puede jugar con las ideas, con los gestos, con las palabras. Se trata de alcanzar un estado mental de juego, creando un clima lúdico que nos permita -aunque sea de a ratos- evadirnos de la realidad que tanto nos preocupa.
*Psicoanalista, integrante del Depto. de Pareja y Flia. de APA.