Esta semana, las noticias trajeron un nuevo ejemplo de un clásico: un argentino, investigador del Conicet, especializado en temas de conservación ambiental, acaba de recibir uno de los premios globales más prestigiosos en el mundo de la ecología: el biólogo Pablo Borboroglu, especializado en el estudio de los pingüinos y el medio ambiente costero de Argentina y otras playas de la región, fue distinguido en Londres, con el premio Indianapolis 2023.
Este galardón –otorgado por la Sociedad Zoológica de Indianápolis– consiste en una medalla y un cheque por US$ 250 mil que el ganador invertirá en proyectos de conservación.
¿Quién es el flamante receptor del premio que se considera un equivalente a un ‘Nobel’ en el mundo de la conservación y la sustentabilidad? Se trata de un descendiente de inmigrantes griegos, afincados en Chubut desde principios del siglo XX, que actualmente es investigador del Conicet en el Cenpat, instituto que funciona en la ciudad de Puerto Madryn.
Borboroglu hizo su carrera de grado en la Universidad Nacional de la Patagonia, obtuvo su doctorado en la del Comahue y viajó luego a especializarse en EE.UU., en instituciones como la Universidad de Duke.
Ahora Borboroglu recibió el Indianapolis Prize 2023 –vale recordar, es la primera vez que lo gana un científico de América Latina–, en reconocimiento a su trayectoria de más tres décadas de trabajo que lo llevaron a convertirse hoy en uno de los máximos referentes globales en materia de ecología de los pingüinos y en la conservación de sus territorios y hábitats, tanto terrestres como marinos.
En entrevista con PERFIL, Borboroglu rememoró cómo nació su vocación: “De chico, mi abuela me contaba cómo eran las colonias costeras de pingüinos que ella visitaba a caballo”. Años más tarde, en la década del 80, los pingüinos seguían existiendo, pero con su futuro amenazado: “En aquella época, por los derrames de petróleo en Chubut morían alrededor de 40 mil pingüinos por año”, algo que evidentemente marcó a ese adolescente y lo llevó a su vocación ambiental. De hecho, participaba como voluntario en las misiones que buscaban “desempetrolar” a los animales contaminados.
Su trabajo científico y ambiental fue creciendo, y sus propuestas, junto con las de algunas ONG, lograron un resultado concreto: que el derrotero usual de los buques se alejara lo suficiente de las costas patagónicas como para disminuir en forma significativa la contaminación de las playas sureñas por derrames de combustible. “Actualmente, por esta causa, apenas mueren una veintena de pingüinos cada año”, se enorgullece el especialista.
Muchos años más tarde, en 2009, el ya científico Borboroglu fundó la Global Penguin Society (GPS), una entidad ambiental que logró diversos estatus de protección ambiental para una zona geográfica que abarca alrededor de 13 millones de hectáreas de hábitat marino y terrestre donde pingüinos y otras especies costeras pueden vivir tranquilos.
Según le explicó el premiado a PERFIL en una entrevista hecha desde Londres en forma online, tras recibir esta reconocida distinción, “la GPS es una organización internacional que se dedica a proteger, en todo el mundo, los ejemplares de las 18 especies de pingüinos identificadas que hoy existen en nuestro planeta”. Y agregó que: “Prácticamente la mitad de esas especies (nueve) están hoy caracterizadas como “amenazadas” por la extinción.
Atender esta problemática no es un mero capricho. “Seguir de cerca el estatus de conservación de los pingüinos es algo clave, porque es un indicador que refleja muy bien el preocupante estado de ‘salud ambiental’ general de los océanos”.
Entre las amenazas que penden sobre estos animales figuran tanto las del mar como las de la tierra, sus dos hábitats. En las primeras se ciernen sobre ellos las malas prácticas pesqueras comerciales y la polución ambiental. En tierra los agreden el disturbio humano y la introducción de ciertas especies predadoras exóticas contra las que la especie no desarrolló, evolutivamente, estrategias de defensa. Y, por supuesto, en los últimos años a algunas especies les está afectando el cambio climático que acelera el derretimiento de los hielos y va alejando el alimento básico de sus nidos.
Los pingüinos son animales especialmente sensibles a las amenazas ambientales: no son capaces de volar para escapar, ponen apenas uno o dos huevos por período reproductivo, y algunas parejas pueden invertir hasta 15 meses de su vida en el cuidado de sus pichones.
Uno de los ejemplos del éxito de sus ideas de conservación se ubica en la colonia El Pedral, en la costa argentina. Cuando él llegó, solo había seis parejas de animales reproductores. Tras lograr el estatus del área como “refugio de vida silvestre” y reducir el impacto de la actividad humana en la región, la colonia creció y actualmente alberga a cuatro mil reproductores.
Educación
Borboroglu y su equipo han invertido tiempo y esfuerzo en educación: su programa específico ha logrado, hasta ahora, llegar a 200 mil estudiantes de diversos países con materiales educativos sobre ecología. De hecho, han colaborado elaborando juegos y contenido específicos, además de hacer vivos online desde las colonias de animales para diversas empresas multinacionales ,como Disney o National Geographic. Luego, estas compañías difunden ese material a través de sus plataformas globales.
De todos modos, Borboroglu asegura que entre las acciones más efectivas que organiza su ONG en forma regular figuran las “visitas de campo” que, hasta ahora, concretaron con unos siete mil chicos que residen en zonas aledañas a las colonias de pingüinos. También han preparado folletería y libros de divulgación sobre temáticas conservacionistas que se reparten en forma gratuita en instituciones educativas.
El petróleo offshore y la fauna
El experto también tuvo tiempo para expresar su opinión sobre el fuerte debate local acerca de si hay que permitir, o no, la exploración y la explotación de petróleo offshore en el Mar Argentino. En ese sentido, fue categórico: le dijo a PERFIL: “Lo que pienso sobre el desarrollo petrolero en la plataforma argentina es que, realmente, me parece algo demencial. Primero, porque no solamente la exploración en sí misma y las explosiones sísmicas que se utilizan generan un impacto acústico tremendo que pueden causar mortalidad de los animales que están en cercanías, sino que, además, los protocolos establecidos para su “protección” son una farsa, ya que son impracticables e inviables”.
Por otra parte, a nivel conceptual también es una situación errada. “En un mundo como el actual, con el avance del proceso de calentamiento global y con las exigencias de un mejor ambiente para tratar de reducir la combustión de combustibles fósiles, hacer esto realmente es una locura: producir petróleo para quemar la atmósfera, mientras se nos están incendiando los bosques de la Argentina y del mundo, no tiene ningún tipo de alineamiento con ninguna agenda ambiental del mundo actual”.