En los últimos años, Buenos Aires se viene transformando cada vez más en una “ciudad monoambiente”. Las estadísticas del gobierno porteño lo confirman, ya que en el primer trimestre del año la oferta de departamentos de un ambiente fue mayor que la de tres. Antes no sucedía.
Esta tendencia a achicarse y vivir en menos m² responde a varios factores: por un lado, económico, ya que en los últimos años, ante la falta de créditos, las desarrolladoras decidieron invertir en construcciones más chicas, más fáciles de vender que los departamentos grandes. Por el otro, cultural, ya que, como pasa en todas las ciudades del mundo, cada vez más gente vive sola.
En ese contexto, según el informe de la Dirección de Estadística y Censos, el precio promedio de un departamento de un ambiente de 30 m² es de $ 5.631 (un 36,8% más caros que el año anterior). Núñez, Palermo y Belgrano son los barrios donde se encuentran los más caros, con alquileres por encima de seis mil pesos.
“Que haya más alquileres de este tipo responde más a una cuestión de oferta que de demanda, ya que es lo que más se construyó en los últimos años, donde se tendió a achicar la superficie porque de esa manera con un ticket más bajo y una cuota más baja había más posibilidades de vender”, opina José Rozados, de Reporte Inmobiliario, donde destacan que entre 2012 y 2016, más del 40% de viviendas construidas eran monoambientes, por encima de los de dos y tres ambientes.
Para Gervasio Muñoz, de Inquilinos Agrupados, este modelo de construcción a veces resulta poco atractivo para quien alquila, ya que, sobre todo en algunas zonas, se instala una tendencia de vivir en lugares cada vez más chicos y caros.
Incluso ahora se habla de “microdepartamentos”, unidades desde 18 y hasta 30 m², que ya vienen equipadas con muebles. Apuntan a un público joven que busca independizarse y para comprarlos rondan los U$S 55 mil.
Funcionales. En el edificio de Almagro donde vive Abel Armoa (33) sólo hay unidades de uno y tres ambientes. Hace dos años se terminó la obra, y se vendieron todos los monoambientes, pero ninguno de los más grandes. “Quería dejar de alquilar y comprarme algo, pero no me alcanzaba la plata para algo más grande. Busqué que me quedara cerca de donde hago mis actividades y que no tuviera amenities, así las expensas no eran tan caras. En la semana estoy poco, casi que llego para comer y dormir. Los fines de semana lo uso más, pero me manejo bien”, dice de sus 35 m² en Almagro.
En esa misma cantidad de metros cuadrados, Tali Rafaelin (28) encontró todo lo que necesitaba: su propio espacio, un balcón y un edificio con unidades del mismo tamaño, con inquilinos jóvenes y un espacio común que todos disfrutan. “Primero lo busqué por una cuestión de precios, pero ahora renové porque estoy cómoda en el edificio, con la relación con los vecinos. Pensé agrandarme, pero la verdad que los espacios chicos simplifican, uno no acumula cosas y es más fácil de limpiar y mantener. Tengo una biblioteca para dividirlo y un balcón chico que disfruto mucho. Con la diferencia de precio de algo más grande prefiero viajar”, dice sobre su monoambiente en Caballito.
Para Florencia Mansilla (31) la necesidad de encontrar algo chico respondía a varios factores. “Hace tres años me mudé de Córdoba a Buenos Aires, y siempre viví en una casa grande, con más gente. Mudarme sola para acá no era fácil, entonces quería un lugar chico para no sentirme tan sola, y por un tema de precio, también”, dice. Entre los muebles que no podían faltarle tiene un sillón cama donde recibe amigas y familia, y un escritorio grande ya que trabaja ahí como comunicadora freelance. “Aprendí a no juntar cosas que no uso, ya que la clave de vivir en algo chico es ser ordenado. En mi caso prioricé la zona sobre el espacio. El único requisito que tenía era que tuviera balcón, es como un ambiente más y en verano lo uso un montón”.