Pensaba echar maldiciones a la penetración cultural, lamentarme por la inexorable destrucción del “ser nacional”, a manos de los abyectos agentes del neocolonialismo de las potencias de occidente. No lo haré, porque si así lo hiciese, sería un error.
San Patricio, Santa Claus, San Valentín, no representan la negación de la “identidad argentina”. No me vengan con celebraciones envasadas en origen, junto con miles de litros de cerveza, amores que consumen la tarjeta de crédito y no el corazón o menúes impropios para tan altas temperaturas. Ni tradicionalistas, ni cipayos; los argentinos somos, por seguro, una sola cosa: FIESTEROS.
¿Acaso nos interesa de ese tal San Patricio algo más que su don para proveernos de cerveza abundante, trasnoche y chicas? ¿No es San Valentín apenas la excusa para conseguir una cita que parecía imposible, un “sí” que nos venían negando y hasta furtivos amores de hotel? ¿Alguien espera todo el año por el día de navidad? ¡Claro que no! Ansiamos por la cena de navidad, lo demás no importa.
A no negarlo más, viejo. Ni honra al Padre de la Patria, ni fiesta cívica; el 17 de agosto, el 25 de mayo y todas las fechas similares son una sola y misma cosa en nuestro calendario: ASADO NACIONAL. A comprar el carbón, las achuras y la carne, que se acerca otro fin de semana largo.
Que se vengan entonces los santos del norte, con su alcohol bajo el brazo y sus frases cursis de amor, que no nos falte nuestra nieve estival, con platos de digestión imposible. No le temo a los rituales importados, porque tan pronto como pisan nuestro suelo transmutan en una sola cosa: una nueva oportunidad para la juerga y el exceso, una nueva ocasión para celebrar nuestra identidad fiestera.
* D.N.I.: 26.690.982