Duelo significa dolor. La pérdida de alguien querido es un golpe que siempre lastima, provoca una cicatriz ineludible y replantea las escasas certezas que alguien puede llegar a tener en la vida. Ocurre que nos enfrenta al mayor de los misterios, la Muerte. Sufrimos no sólo por el que ya no está, sino también por nosotros, por ese pedazo de identidad y proyectos en común que de repente desaparecen.
La muerte asusta, provoca rechazo y sigue siendo un tema tabú que preferimos eludir. Apelamos a todos los eufemismos imaginables para enfrentarla, a tal punto que preferimos llamar "jardín de paz" a un triste cementerio. “Ante el dolor de una muerte surgen preguntas ´¿por qué?´, ´¿por qué a mí?´, ´¿por qué ahora?´ Y el planteo que suele demorarse es ´¿por qué no?´”, explica la licenciada en psicología Diana Liberman en su último libro “Es hora de hablar de duelo”, en el que propone una nueva mirada en torno al dolor de la pérdida.
Especialista en técnicas de recuperación de duelo, Liberman plantea la necesidad de transformar el dolor de la muerte en amor a la vida, un proceso que para muchos puede parecer una verdadera utopía. Se trata de un camino plagado de desafíos, mandatos culturales y dificultades, entre ellos los numerosos mitos que aún persisten en torno al duelo y la muerte.
“Quien atraviesa un duelo – explica - necesita hablar acerca de su situación, necesita tener a quien contarle sus sentimientos y sus ideas. Y esta necesidad, concreta y tangible, difiere por completo del mito que sostiene que quien sufre una pérdida precisa retiro y aislamiento”.
Otra cuestión a considerar es que la cultura social suele reprimir la exteriorización del llanto y la tristeza. “La persona en duelo es una brasa caliente que pocos se animan a tocar. La falta de expresión del dolor deriva en enfermedad del cuerpo – trastornos de alimentación o del sueño, cambios de conducta y otras dolencias – por lo que sería importante que una persona pudiera llorar en público con la misma libertad con que ríe en cualquier situación. La fuerza de los mitos: ´los hombres no lloran´, ´tenés que ser fuerte´ son preconceptos de nulo beneficio y certero daño”, sostiene Liberman, fundadora del Primer Centro de Duelo en la Argentina y desde 2003 directora de Duelum, un Centro de Recuperación Emocional de la Pérdida.
Al respecto, algunos también plantean que si empiezan a llorar no pararán más o que si no lloran, están negando sus emociones. “Nada es taxativo – agrega - ni se aplica a todas las personas por igual. Las lágrimas son sanadoras, curativas, reparadoras. Pero, al mismo tiempo, la imposibilidad de llorar no implica insensibilidad ni desapego, y no debe vivirse con culpa. Cada uno expresa su pena de la manera que puede, que sabe. O que aprende”.
La pérdida de un ser querido modifica por completo el sentido de la existencia, por lo que apelar a frases como “la vida continúa, ya lo vas a superar” constituyen una verdadera agresión. “Las fórmulas que se repiten sólo por no saber qué otras palabras decir suelen ser vividas por el doliente como un navajazo en la cara”, afirma la autora de “Es hora de hablar de duelo”, el nuevo trabajo que presentará el próximo jueves en La Boutique del Libro.
Un mito muy común es suponer que las distracciones ocasionales pueden tener un efecto reparador. Todo lo contrario. “En lugar de consolar, perturban, molestan e irritan. Duelen”. Otra situación frecuente es suponer que llenarse de ocupaciones ayudará a superar la pena. Para la especialista, “si el dolor anula el deseo de acción es importante respetar esa voluntad y no hacer nada, al menos en los primeros tiempos”.
“Las imposiciones culturales – concluye - llevan a muchas personas a sentirse culpables o a sospechar acerca de su buena salud mental por hablar en voz alta con quien murió o sentir su presencia o creer verlo entre la multitud. Son conductas muy normales en los primeros tiempos después del impacto. Y es precisamente el desconocimiento acerca del proceso de duelo el que lleva a suponer que cualquiera de esas actitudes impulsa críticas, censuras y titubeos”.