En la primera línea de fuego en la lucha contra el coronavirus, los enfermeros ocuparon un lugar preponderante. No solo ejecutaban las prescripciones de los médicos, sino que también acompañaban en el día a día a los pacientes. En esa “trinchera” se encontraba Miguel Horacio Acosta, el enfermero de 58 años que resultó víctima de esta enfermedad. Trabajaba en la Unidad de Pronta Atención (UPA) Nº 5, de la zona de Longchamps, en la provincia de Buenos Aires.
“Mi esposo era un hombre increíble. Que amaba tanto a su familia como a su trabajo. Era un gran papá, un buen esposo y un gran compañero”, dice, entre sollozos, Alejandra García Godoy, su esposa y madre de cuatro hijos. “Tengo los mejores recuerdos de Miguel. Era una persona muy querida por los médicos y enfermeros de la UPA, ya que trabajó desde su inauguración”, agrega.
Padre de Belén, Marcos, Miguel Ángel y Diamela, Acosta cubría el turno noche en la UPA y nunca dejó de preocuparse por la coyuntura sanitaria generada por el Covid-19. “Me contaba que la situación era muy complicada y que, si bien tenía temor de contagiarse, al mismo tiempo me decía que tenía que seguir trabajando ya que faltaba personal”, se resigna Alejandra.
“Cuando falleció le hicieron un gran homenaje las autoridades del municipio, donde trabajó 30 años”. Alejandra recuerda que Miguel, además de ser Licenciado en Enfermería –ella retiró el título oficial después de fallecido– fue bombero y prestó servicios como Casco Blanco, actividades que dejaron en claro su compromiso social. “Vivía pensando en los demás y por los demás, al punto que le costó su vida”, afirma su compañera, sin ocultar su pesar.
Según relata su esposa, Miguel se contagió de coronavirus en su lugar de trabajo, al que tanta dedicación le prodigó. Pasó sus últimos momentos de vida en el área de Terapia Intensiva del Hospital Modular de Bernal, de Quilmes, donde residía con su familia.