“Yo entiendo el shock que deben estar viviendo los varones en este momento, no saber para dónde, en qué sentido relacionarse con las mujeres”. “Todo acercamiento no es un delito y también los varones tienen que aprender a preguntar y aceptar esa respuesta. Los varones tienen que empezar a animarse a preguntar”. “La violencia está erotizada. Tenemos que erotizar el consentimiento. Es lindo decir que sí y que haya que decir la pregunta: tenemos que empezar a basarnos en otro tipo de relaciones”. Esto dijo la doctora Sabrina Cartabia, la abogada de Thelma Fardin, en un reportaje para La Nación.
Bueno, ella habla de “los varones”, así que habla de mí también, en tanto varón. En ese caso, tengo algo para decirle a la doctora Cartabia.
No estoy en estado de shock. Al contrario: estoy muy contento con todo este movimiento de mujeres que piden respeto y se rebelan ante el acoso de babosos, manos largas en todo sentido, malos poetas, torpes, moscardones, abusadores con poder, violadores de boquilla, o más.
No me erotiza la violencia ni salgo a “cazar”. No es ningún mérito, es constitutivo. Estoy a años luz de ese varón estereotipado y no soy ninguna excepción. Mis amigos son así. Y muchos que no lo son, también.
No somos una tribu menor en un universo machista que impone el poder sobre las mujeres y se erotiza a fuerza de zamarreos, maltrato verbal, control de sus movimientos.
El machismo es una forma menor de estupidez. Me ofende que metan a todos en la misma bolsa. No soy (nadie debería serlo) como el tonto extremo del, digamos, actor Juan Acosta, que escribe: “Uy, si antes era difícil coger, ahora va a ser imposible”.
No necesito ser evangelizado, o deconstruido. Siempre “pregunté”, si tal descomunal simplificación fuese posible. Una entrañable amiga de mente y cuerpo libre, con la que tuve cierta historia, sigue llamándome, ya radicada en Barcelona, “el caballero Asch”, con una mezcla de ironía y reproche. Me hago cargo.
No soy un santo (nadie debería serlo, tampoco) pero tengo conciencia de los límites, por convicción y por respeto a mí mismo. Seré brutalmente claro: no podría ser el varón que erotiza y se erotiza gracias a su posición de poder, sometiendo.
No lo disfrutaría. A mí me gustan las mujeres, no juego con muñecas. No colecciono objetos. No podría. No lograría una erección. Espero haber sido claro.
Ustedes perdonen, pero la doctora Cartabia –una mujer joven, capaz, bonita, prestigiosa, seleccionada por la revista Time como una “líder de la próxima generación”, de excelente trabajo en el caso Darthés–, me ha puesto un poquitín furioso.