Desde hace 20 años te acostumbraste a verlo y a escucharlo: es Héctor Giménez, el gran pastor mediático que supimos conseguir. Detrás de eso, hay una historia que incluye sexo, drogas, delincuencia juvenil y la fe. O sea, la Biblia y el calefón.
-¿Cómo empezó tu tema con las drogas?
- Nací en Misiones, y me crié en San Martín. Mi familia era pobre. Soy el menor de trece hermanos, mi mamá enferma, mi viejo trabajaba todo el día en la fábrica. Crecí prácticamente en la calle y a los 11 años empecé a consumir pastillas, psicofármacos mezclados.
-¿Dónde los conseguías?
- De los amigos: primero te convidan, y después te enseñan. Seguí con porro, cocaína, con cualquier cosa. Hasta que a los 18 años, en un hecho delictivo logré escaparme, pero tuve dos impactos de bala en mi cuerpo y sentí que me moría. Llaman a una enfermera y la llevan engañada diciendo que me había caído y tenía hemorragias internas. Esta mujer era una cristiana, se dio cuenta de la mentira. Me dijo que la comprometía y antes de irse me regaló el Nuevo Testamento y me cambió la vida. Me citó un texto bíblico, hizo una oración por mí, me aferré a eso, las hemorragias se me cortaron y me dormí 72 horas seguidas. En ese tiempo yo necesitaba consumir cada seis horas, sufría abstinencia.
-¿Necesitabas consumir con heridas de balas?
- Estaba en el límite del adicto, era dependiente total. Cuando me desperté, me había picado con la mejor cocaína y le creí a esta mujer. Mi familia era católica pero no practicante. Yo siempre creí que lo de Cristo era una historia, un cuento. Pero esa vez tuve una experiencia personal, y de ahí en adelante dejé las drogas sobrenaturalmente.
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