“Estando juntos, mi mundo se llena de luz”. Así decía el cantante en su último hit, Lo mejor de mi vida eres tú, dedicado a sus hijos. Y la verdad es que se nota. A Ricky Martin se lo ve feliz: cumplió 41 años, acompaña el crecimiento de sus mellizos de 4 años –Matteo y Valentino– y sigue, después de cinco años, en pareja con el economista español Carlos González Abella.
Estos, podría decirse, son los “grandes éxitos” que más le importan al cantante, que lleva vendidos sesenta millones de discos en todo el mundo. De modo que ahora, a tres años de declarar su homosexualidad luego de toda una vida de doloroso silencio, y en paz consigo mismo, el ídolo del pop latino disfruta del rol con el que debutó en agosto de 2008, el de “mamá y papá al mismo tiempo”, como él lo llama. “Son increíbles, y están creciendo muy rápido. Ellos cambiaron mi vida completamente y ahora no puedo imaginar mi vida sin ellos”, decía Ricky sobre la llegada de sus hijos.
Con un claro parecido a su padre, los mellizos siempre lucen cancherísimos, con pantalones rayados, buzos atados a la cintura y anteojos de marco grueso. El hit de todo el look responsable de hacerles competencia a los hijos de las celebrities más top, como Suri –la hija de Tom Cruise y Katie Holmes– es el corte de pelo “a lo Justin Bieber”, que también comparten con su padre. El primer paseo familiar en tierra australiana fue el pasado martes, cuando los tres hicieron una visita al zoológico Taronga, en Sidney, Australia. En ese país Ricky Martin está radicado desde el lunes porque allí empezará a grabar la segunda temporada de la versión australiana de La Voz, el programa que acá condujo Marley el año pasado.
Ahí ocupará una de las sillas de los coaches-jurados como acá supieron hacer el Puma Rodríguez, Soledad Pastorutti, Axel y los vocalistas del grupo Miranda, Juliana Gattas y Ale Sergi.
Ricky es la estrella indiscutida de los cuatro famosos que lo acompañan en el show, que comienza después de Pascuas: la cantante pop Delta Goodrem, el rockero Joel Madden y el británico Seal, el único que en fama le sigue en cartel al puertorriqueño.
Después de un 2012 instalado en Nueva York, trabajando en Broadway en el musical Evita junto a Elena Roger, Ricky se afeitó su bigote del Che Guevara e hizo las valijas para pasar unos meses en la isla más grande del mundo. Pero la vuelta a la Gran Manzana está asegurada: antes de irse, Ricky compró un piso en el exclusivo Upper East Side de Manhattan a US$ 5,9 millones: tiene un amplio espacio exclusivo para hacer pilates y yoga, microcine, un simulador de golf y, fundamentalmente, un hermoso playroom para los pequeños herederos.
