Desde el 2008 y por iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas, cada 8 de junio se celebra el Día Mundial de “los” océanos. ¿”Los”? ¿Desde cuándo la masa marítima del planeta comenzó a ser plural?
¿Por qué se habla de “los” océanos como entidades separadas?
Porque la historia de las civilizaciones no fue en realidad la epopeya de adueñarse de las tierras sino de dominar los mares. Por caso, el Mediterráneo que, durante siglos y aún hoy, es la “tierra del medio”. Controlar el Mediterráneo era tener poder.
Las divisiones oceánicas son geopolíticas, como la de los continentes. África es un solo continente pero si España, Portugal y Francia hubieran triunfado en su conquista del norte africano, sería otra la cartografía de Europa.
Las diferencias culturales, desde luego, también recortaron oceános y continentes en el globo terráqueo. Pero no abandonaremos las costas…
Un frente marítimo con historia
Hasta que llegó la fiebre del oro, en Estados Unidos, el Far West fue siempre el mar. “¡El mar, idiota, el mar!” le gritaba colérico Moe a Curly en los Tres chiflados. O era Shemp, ya me olvidé, porque la desmemoria es como el agua, fluye.
Y tenía razón Heráclito: nadie se baña dos veces en las aguas del mismo río. ¿O era el mar? Lo mismo da, a cuenta del pragmatismo darwiniano de tantas civilizaciones: viajar hacia el Oeste para conquistar, seguir la ruta del Sol poniente.
En esa dirección siempre se encontraría algún mar, argumentaba Cristóbal Colón, primer cronista de Indias y protagonista del western más taquillero del siglo XV.
Cristóbal Colón fue el primer europeo en pisar Cuba, pero creía que había llegado a Borneo
Con una brújula defectuosa y las cartas de navegación de Marco Polo, el navegante genovés pensó que, desde Canarias, debía poner proa hacia Japón y seguir 100 leguas más hasta las Indias.
Con más pálpitos que certezas, así echó el ancla en América y murió pensando que había llegado a Borneo. Porque a la hora de los sortilegios, nada mejor que el mar para seguir el canto hipnótico de las sirenas.
Alucinando por la nuez moscada y el clavo de olor de las Islas de las Especies (actuales Molucas) también el marino Sebastián Elcano, secundado por Fernando de Magallanes, siguió la estela de Colón y le entregó los últimos tres años de su vida al gran océano, en pos de una ambición demencial.
Día Mundial de “los” océanos
Que sea mar u océano, lo mismo da para ese sortilegio de la vida que convierte lo dulce en salado y la miel en hiel.
Y otra vez el frenético Heráclito parece que tuviera razón: “El mar es el agua más pura y la más sucia, para los peces potable y saludable, para los hombres, impotable y deletérea”.
Y aunque los segregacionistas –que son mayoría- pierden su tiempo contabilizando hasta 57 mares en la Madre Tierra, aun la tecnología más arcaica nació con aires de globalidad. Se llamaba Noblex Siete Mares la primera radio que a comienzos de los ’70 conectó a los argentinos con el resto del mundo y fue una celebridad.
Fue uno de los mejores logros de la industria electrónica argentina, invitación a una aventura radiofónica transocéanica, navegando con el dial por un océano de ondas largas y frecuencias moduladas a partir de una tapa inusual.
La radio de los 7 mares se abría hacia arriba, como la puerta del Batimóvil, y desplegaba en verde y plateado un planisferio de los continentes y los 7 mares más recónditos: el Negro, el Caspio, el Rojo, el Adriático, el Mediterráneo, el de Arabia y el Golfo Pérsico. ¿Y el Mar Argentino? Bueno, sí, pero jugaba de local.
Frente marítimo
Sea como fuere, dispuesta a poner un orden casi cósmico en una vieja disputa, la Organización Hidrográfica Internacional puso fin a la grieta académica de los mares, las aguas y los océanos y, como Don Carmelo Campanelli (“¡No hay nada más lindo que la familia unita!"), sentenció: hay un único océano en la Tierra y es global.
Día del Animal: cuando el océano es una película de terror
Es que a través de sus mares, el océano fue y aún es el sueño de la humanidad: de los que vinieron a América y los que se fueron, como Máxima Zorreguieta, el Papa Francisco, el General San Martín; el origen de la vida y el último adiós; tal vez la tumba más romántica del amor, dirían Cleopatra y Marco Antonio; ola manera más heroica de morir, como la del capitán Ahab, tragado por el vientre de la colosal Moby Dick
Y si para Santiago, en El Viejo y el Mar, el manto azul fue la escala de su finitud, para Alfonsina Storni, un debate entre la nada y la eternidad, el mar, elemento primordial de la arquitectura terrestre, fue una triste excusa para renacer.
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