Si obras son amores, acá cerquita de Buenos Aires, en el límite entre el Partido de San Pedro y Ramallo, hay un castillo para probarlo. Es el que el poeta Rafael Obligado construyó para su esposa, Isabel Gómez Langenheim. Lo curioso es que, aún hoy, todos lo conocen como “el Castillo de Rafael Obligado”; nadie lo llama “el castillo de Doña Isabel”.
Era 1896, y aunque ya habían pasado casi 40 años del fusilamiento de Camila O’Gorman, la patria no estaba preparada aún para los detalles del feminismo y las diferencias de género.
Y allí está, sobre las barrancas del río Paraná, cerca de la Vuelta de Obligado, esta joya arquitectónica que el poeta gauchesco le dedicó a la mujer con la que se había casado a los 35 años
Él puso el lote, ya que se levantó sobre unas tierras que había comprado su padre 90 años antes, y ella, su buen gusto. Quiso que fuera románico con detalles góticos, tal como lo había imaginado en la novela Ivanhoe del escocés Walter Scott, su escritor preferido.
Académico, intelectual y fundador de la Facultad de Filosofìa y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Rafael Obligado estaba más ocupado por los octosílabos de su poema Santos Vega que por la cuadrícula de su estancia.
Aunque de afuera no parezca tan grande, un hall con tres escaleras recibe a los visitantes y cuenta con tres plantas, 24 habitaciones y 6 baños. Fue siempre la residencia familiar y aunque la propiedad siga perteneciendo a los descendientes de Obligado, se dice en la zona que una controversia enfrenta a distintas ramas de la familia. Parece que existe una clausula de sucesión que indica que sólo podrá heredarlo un hijo varón.
20 de noviembre: por qué se conmemora el "Día de la Soberanía Nacional"
La leyenda del gaucho Santos Vega ya había sido honrada con los versos de varios poetas argentinos: Bartolomé Mitre, Hilario Ascasubi y Eduardo Gutiérrez. Sin embargo, fue Rafael Obligado, miembro de una familia terrateniente y patricia, quien transformó en relato una experiencia infantil. De chico, él mismo había pasado una noche de tormenta en el rancho de un puestero y allí mismo lo aprendió: si una noche brava se colgaba una guitarra en el crucero de un pozo, el alma del payador Santos Vega la haría sonar.
Aunque el lugar no pueda visitarse sin permiso, todos saben que lo habita el fantasma de “Toto”, que pasa sus días y sus noches abriendo y cerrando puertas, cuando no trayendo objetos para luego hacerlos desaparecer. Será cuestión de aproximarse y esperar al menos una gauchada.