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Dujovne y el dentista de Keynes

Keynes proponía que los economistas se consideraran a sí mismos “como gente humilde y competente, al nivel de los dentistas”.

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RELATO. La responsabilidad del crecimiento argentino es de Macri, no de un ministro salvador. | TEMES

Hay dos tipos de profesionales que desmienten la teoría de que el futuro sea, por sobre todas las cosas, impredecible. Los astrólogos y los economistas. Los primeros presentan informes diarios sobre cómo será la jornada de las personas, de acuerdo a su signo. También editan una investigación anual, en formato libro, que pronostica el año que vendrá. Con los beneficios que significa saber qué sucederá en temas como el amor, el dinero y el trabajo.

Expertos en errar. Los economistas también son expertos en predecir el futuro, aunque sus colegas astrólogos creen que aciertan menos que ellos. Quizás se refieran a las predicciones de Malthus sobre el crecimiento exponencial de la población y a su desaparición por hambrunas. O al fin del capitalismo pronosticado por Marx. O a la ganancia tendiente a cero de este sistema, según las proyecciones de Ricardo. Aunque todo eso puede suceder algún día.

Es cierto que si las sociedades se guiaran por los errores históricos de los economistas, nadie volvería a confiar en ellos. Imagínense si recordáramos que la inmensa mayoría de los economistas no pudo predecir la terrible crisis del 30 en los Estados Unidos ni la fabulosa recuperación posterior.

Prakash Loungani es un macroeconomista que asesora al FMI. Tras analizar el nivel de confiabilidad de las predicciones sobre las crisis de los años 90 y 2009, llegó a una conclusión: “El historial de fracasos a la hora de predecir recesiones es prácticamente intachable”. También detectó que los economistas siguen mayoritariamente una misma dirección con sus análisis. Y que, cuando esa dirección cambia imprevistamente, los economistas cambian con ella.

Paul Samuelson, el Premio Nobel y autor del famoso manual de economía, sostenía en ese sentido que sus pares se comportan como seis esquimales en una cama: “De lo único que se puede estar seguro es que se dan vuelta todos a la vez”. Lo decía Samuelson, que un año antes de la recesión estadounidense de 1974 pronosticó… la imposibilidad de una recesión.

Más allá de la economía. Las sociedades vuelven a confiar porque peor que un pronóstico fallido es no tener pronóstico, perder la esperanza de que existan técnicos que conocen el futuro y que sabrán guiarnos hacia él.

Mal que nos pese, la economía es una ciencia social, no exacta. Es una especialidad fundamental, porque trabaja sobre la parte estructural de una sociedad (las relaciones económicas) sobre la que luego se construyen superestructuras jurídicas, sociales, culturales, religiosas.

Son analistas imprescindibles para ayudar a comprender lo que pasa. Como los historiadores son intérpretes de las fuerzas intrínsecas del pasado; los sociólogos, de los fenómenos que ocurren en una comunidad; los filósofos, de la esencia de las cosas; o los psicólogos, del porqué hacemos lo que hacemos.

Pero son los políticos los responsables de unir esos saberes. Para entender qué motiva a las personas, los intereses de sus grupos de pertenencia, la red de alianzas entre unos y otros, la lógica de las mayorías y minorías, el devenir de la historia y el momento oportuno para hacer o dejar de hacer.

A los políticos que les va bien luego se los llama estadistas. En general son aquéllos que tienen la inteligencia suficiente para reunir esos conocimientos y la humildad necesaria para entender que no llegaron adonde están por esa inteligencia, sino por haberse preparado para estar en el lugar justo en el que la historia los necesita.

Son los que se saben reflejo de fuerzas sociales en pugna y de una mayoría circunstancial que lo elige como representación de sus intereses, egoísmos y aspiraciones.
Son los capaces de entender que los otros existen. Otros que lo construyeron a él. Otros que lo ven como encarnación del bien o del mal. Incluso otros que quieren ocupar su lugar. No son otros peores o mejores que él, son otros distintos.

Si hubiera que elegir una condición del buen político (más allá de su profesión de origen) es la noción de otredad. La capacidad de ver más allá de una cifra o un ombligo.
Keynes proponía que los economistas se consideraran a sí mismos “como gente humilde y competente, al nivel de los dentistas”.

Dejar en manos de los economistas la resolución de los problemas económicos de un país es tan arriesgado como dejar en manos de los dentistas la solución de los problemas de salud de un paciente. La medicina tampoco es una ciencia exacta, pero son los médicos clínicos los más preparados para comprender al paciente en toda su magnitud.

Un médico clínico ahí. Cavallo sigue creyendo que fue el máximo responsable de la estabilidad económica de los 90. En lugar de entender que fue la mano de un político como Menem (que a su vez fue la mano de una mayoría social posmoderna y aspiracional) que le dio apoyo y contexto. Tampoco fue Cavallo el máximo responsable del fracaso de la Alianza, sino un político como De la Rúa que llevaba en su ADN la debilidad de una clase media sin el poder suficiente para, por sí sola, dotar de gobernabilidad a sus presidentes.

Macri heredó una economía en problemas. Nada parecido a la hecatombe de 2001 con la que a algunos oficialistas les gusta comparar al fin del kirchnerismo, pero sí con un agudo enfriamiento que durante el segundo gobierno de Cristina hizo rondar el PBI entre magros –2,5 y + 2,7%, la inflación en torno al 25% y la pobreza entre el 26 y el 29%.

Dos años y medio después, esos grandes indicadores económicos son similares. Como con los Lorenzino y Kicillof de Cristina; a los Prat-Gay, Melconian, Sturzenegger, Quintana-Lopetegui, Caputo y Dujovne de Macri se les exigen conocimientos de clínica médica que no traen en su formación. No significa que un economista (o historiador, filósofo, sociólogo, psicólogo) no pueda hacer la carrera de político, pero es otra carrera a la cual deberían estar supeditados los conocimientos específicos.

La novedad esta semana fue dotar a Dujovne del poder de “coordinación” sobre otras áreas económicas. El objetivo es reducir más el déficit fiscal, que es el tema que obsesiona a los economistas y, por ende, a un gobierno que puso en sus manos la salida de la crisis y el crecimiento del país.

La meta parece razonable, más allá de que el 80% de los países conviven, a veces muy bien, con ese déficit. El problema no es ése, sino la decisión de que sea un técnico el responsable de lidiar con todo lo que viene detrás de un ajuste.

Casi como contrapeso, el Presidente aceptó el regreso a la mesa chica de políticos como Monzó, Frigerio y Sanz. Como para mostrar que “el mejor equipo de la historia” no solo está compuesto por CEOs y técnicos. Pero son éstos en los que de verdad confía Macri.

Solo los ignorantes y quienes están muy lejos del poder (Teorema de Baglini) son capaces de decir que es fácil desandar años de estancamiento económico. Pero le toca a Macri la obligación de intentarlo. Todavía está a tiempo de comprender que no serán los Dujovne ni algún superministro de Economía los que le digan a él cómo hacerlo. Es al revés.

Y no es que deba conocer los resortes de cada indicador micro y macro- económico. Eso lo hacen los dentistas. El debe determinar el diagnóstico, entender profundamente el estado y las necesidades del paciente y decidir la dosis justa de remedio para salvar al paciente en lugar de matarlo. Si la operación tiene éxito, el único responsable será él. Si fracasa, también.