POLICIA
a cinco años de su expulsion

La nueva vida de la narcomodelo colombiana y su ex novio argentino

Angie Sanclemente Valencia se casó en su país. Es pastora evangélica y tiene una fundación. Su ex pareja, que está libre, actuó en El marginal 2.

0915_narcomodelo_angie_sanclemente_nicolas_gualco_cedoc_g.jpg
Retratos. La modelo con su flamante marido, el día de la boda. Su ex Nicolás Gualco, en un alto de la filmación de la exitosa serie El marginal 2, donde trabaja. | cedoc

Las puertas de la cárcel de Ezeiza se abrieron hace cinco años para Angie Sanclemente Valencia. Ese 27 de septiembre de 2013, el avión que despegó rumbo a Colombia la alejó de su estadía en México, donde conoció a Nicolás Gualco, su llegada a Argentina, sus días prófuga en Buenos Aires y los años que pasó en prisión.

Hoy, Angie se muestra feliz en las redes. Se casó y hace cuatro años está al frente de la fundación A los Pies de Cristo. Prefiere no dar entrevistas para no exponerse y cultiva el bajo perfil. Sin embargo, este diario pudo saber que está “muy agradecida porque Dios le regaló la oportunidad de predicar su palabra y ayudar a mucha gente”.

Gualco dejó el penal de Devoto el 17 de mayo de 2014, “a las siete de la tarde”. Pero este año se volvió a meter en otro: encarnó a Raviolito, primo y matón de Sapo (Roly Serrano), capo en la prisión de El marginal 2.

“Después del primer casting, me descompuse. Fue horrible. Tuve fiebre. Lo mismo me había pasado una semana antes del juicio”, cuenta a PERFIL sobre la experiencia. El ex novio de la colombiana –hoy padre de una nena de tres años– se preparó para las cámaras.

“No me corté el pelo cuando estuve preso porque no me quería adaptar al sistema carcelario. Evité el léxico tumbero y adoptar mañas, pero para el casting me rapé, me puse un jogging, una chomba y me colgué un rosario”, revela.  

—¿Cómo fue trabajar en “El marginal”?

—Mi estadía en Devoto no tiene nada que ver con el personaje que interpreté en la serie. Actuar te llena de emociones y me movilizó. Me ayudó a terminar de cerrar una etapa que me causó daño psíquico y espiritual, a tal punto que volví a usar mi nombre en público y sin vergüenza.

—¿Y la experiencia en prisión?

—El encierro es duro para cualquiera, pero te amoldás. El hombre es un animal de costumbre. Te toca aceptar el lugar donde estás para poder sobrellevarlo. Yo soy un chico de barrio, no nací en cuna de oro. Soy de Mar del Plata, venía de vivir con mucho lujo en México. Creo que lo más duro es el encierro, la privación de la libertad. Y todo lo que conlleva convivir con noventa personas en el mismo espacio. Es áspero. Somos animales encerrados. Hay pocas visitas, hay poca comida. El ambiente se vuelve más tenso y más violento. El sistema penitenciario funciona así, no te amoldás nunca, no te permite que te amoldes.

—¿Qué se le pasó por la cabeza cuando supo que podía quedar preso?

—Se te viene el mundo abajo. Yo venía de una vida... estaba escalando. De estar pensando en ir a vivir a Europa, terminé yendo a (la cárcel) Devoto. A mí me preocupa mucho mi hija, que lea los diarios en algún momento de su vida y que me pregunte. Guardo todas las medallas que gano compitiendo para ella, para mostrarle esa parte. Cuando nació ella, cambió mi vida.

—¿Se arrepiente de algo?

—No estoy en disconformidad con mi persona hoy en día. Perdí tiempo, les causé mucho daño a mis seres queridos, quizás eso me hace arrepentirme un poco, lo que sufrieron mi mamá y mis hermanas. Lo que hice lo hice siendo consciente de lo que hacía. Pequé por ambición. En Devoto conocí mucha gente que peca por necesidad, atrapados en un sistema en el que es imposible reacomodarse. Yo, en cambio, quise vivir una vida que me deslumbró, cegado por lo material y el poder. El encierro me formó, me hizo conocer un montón de cosas, pasé un montón de pruebas. Estuve un rato en el infierno. No me siento mal de cómo salí, con cierto daño interno, obviamente, pero no puedo decir que estoy arrepentido. Si no hubiera pasado, no sé qué sería hoy de mi vida y después de haber estado detenido, hoy llevo una vida muy linda. Tengo una hija, hago Jiu Jitsu a nivel nacional e internacional, entreno con los mejores del país. Trato de ser mejor persona todos los días. Veo a la cocaína como sinónimo de muerte. Entendí que el  narcotráfico, el nombre que se le da al contrabando, existe solo porque el Estado lo permite y necesita. Yo no quiero ser parte de ese sistema.

—¿Tuvo peleas en la cárcel?

—Tuve ocho peleas fuertes. Un día antes de irme, hubo una pelea en el penal; un muchacho vino de atrás con una cuchilla y me tiró a matar. Uno de los chicos, que me empujó para separarnos, me salvó la vida. Es parte del encierro. Es imposible que no haya una discusión y hay formas muy violentas de reaccionar. Tengo otras cicatrices que me tapé con tatuajes de mis abuelas, mi bisabuelo y mi hermana. El sistema te lleva a la violencia. Tenés que ir a lastimar para que no te lastimen. Te volvés frío. Llega un momento que lo que te importa es correrte para que no te salpique la sangre. Hay que sobrevivir, tristemente es así. Lo que me dio la universidad en Devoto (estudió Derecho) fue la posibilidad de poder ayudar a otros chicos, explicarles sus derechos, hacer escritos por ellos, entre otras cosas.

 

Nicolás Gualco y el recuerdo de su ex.

“Fue muy injusto lo que le tocó vivir a Angie. Ella era consciente de lo que pasaba, pero no tuvo el rol que le adjudicaron. Vino a Argentina porque me siguió a mí. Desde los medios que no pararon de hablar de su cuerpo, todo porque vendía. El enfoque fue muy irrespetuoso”, dice Nicolás Gualco sobre su ex. “Renegué mucho, ella no era nada de lo que estaban diciendo, le estaban arruinando el nombre, la imagen, la estaban mansillando con algo que llega hasta el día de hoy”.

“Cuando estábamos presos, nos apoyamos y traté de cuidarla hasta donde pude –asegura–. Gracias a la formación de artes marciales que tuve y a que tengo un padre que fue militar, la pude sobrevivir. Ya había pasado por etapas de rigor, obviamente estaba asustadísimo y aferrado a Dios y a mi Virgen, pero lo pude llevar de otra manera. A Angie le perturbaba mucho ver la violencia. Te pone mal ver que le abren el estómago a una persona de una cuchillada, que se pelean y se matan, o encontrar a alguien que se colgó en el baño. En una oportunidad, Angie vio cuando sacaban el cuerpo de una chica que habían matado en un pabellón y no durmió por una semana. Quedó impactada. Yo entendía que era parte de esto. Estar preso me causó un daño interno que lo trabajo psicológica y espiritualmente de mil formas. Ella lo trabaja desde el lado de Dios”.