¿Quién podría estar en desacuerdo sobre el valor que tienen la ciencia y la tecnología como motor de la economía? Es evidente, casi verdad de perogrullo, que su desarrollo tiene un gran impacto en la productividad, ya que la innovación científica y tecnológica permite gestar nuevos productos y servicios que movilizan la economía y generan divisas. Asimismo, al contrario de los discursos apocalípticos de antaño, es uno de los sectores que más impulsan la creación de trabajos de calidad. Es decir, representa un factor esencial para el crecimiento económico en las naciones. Pero además de ser consignas discursivas que escuchamos reiteradas veces en nuestro país, necesitamos que se transformen en un paradigma del que gobiernos, empresas, sindicatos y sociedad civil actúen en consecuencia.
Vislumbremos un momento ese horizonte de expectativas: una nación que se desarrolla a partir de la inversión y el crecimiento en ciencia y tecnología. Ahora bien, miremos el punto desde donde partimos y descubriremos un presente de disparidades que, de no modificarse, haría que la brecha se amplíe y la correlación se vuelva cada vez más inequitativa, más inquietante y más torpe. Estamos hablando de la desigualdad de género. Sin dudas, asegurar el acceso equitativo de las mujeres a las carreras y los empleos en ciencia y tecnología es un derecho, pero también es una inteligente estrategia para fortalecer el sector y, por ende, la economía de nuestro país.
Como dijimos, las sociedades que más han crecido en las últimas décadas son aquellas que han planteado políticas en las que se ha priorizado el desarrollo científico y tecnológico. En esta misma dirección, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) advierte que la capacidad que un país tiene para absorber conocimientos y desarrollarse tecnológicamente determina su lugar dentro de la economía internacional. Y las cifras sobre el rol de la ciencia y la tecnología son contundentes. De acuerdo con un artículo publicado a comienzos de este año por el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), en la Argentina, Brasil y México a la innovación científica y tecnológica le corresponde uno de cada 10 dólares que se producen en las economías. Además, destacan que se trata de un sector en el que se encuentran salarios superiores a los de otros ámbitos y la informalidad es todavía menor. A esto se suma que el valor agregado generado por cada persona que trabaja en ciencia y tecnología duplica al del resto. Sin embargo, más allá de estas notables ventajas, en nuestro país, solo un tercio de los empleos de este ámbito es ocupado por mujeres.
La desigualdad comienza en el acceso al estudio de las ramas de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas. Estas áreas del conocimiento son tradicionalmente promovidas en los varones y desestimadas en las mujeres a través de prejuicios, estereotipos y la invisibilización de su trabajo en tanto que los descubrimientos y avances generados por mujeres no son ampliamente difundidos. En este mismo sentido, el informe de Unesco Las mujeres en las ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas en América Latina y el Caribe indica que sus investigaciones son menos citadas que las de sus pares varones. A su vez, en cuanto a la investigación en general, si bien ha aumentado el ingreso de las mujeres a la carrera académica en los últimos años, a medida que se escala en cargos de mayor jerarquía, la presencia disminuye notablemente. Este fenómeno es aún más pronunciado en el campo laboral, desigualdad que recibe el nombre de “tuberías con fuga”, imagen que representa la expulsión que sufren las mujeres en cada momento de transición en el ámbito educativo y académico o en un ámbito profesional que privilegia la presencia, el perfeccionamiento y liderazgo de varones. Respecto de esto, un documento elaborado por la Cepal para presentarse en la XII Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe denuncia: “Las mujeres con el mismo nivel de capacitación y formación académica no tienen las mismas oportunidades de trabajo ni acceden a las mismas carreras profesionales y salarios que los hombres”.
¿Qué debemos hacer para modificar esta realidad y esta tendencia? Desarmar estereotipos de género en la ciencia y en la tecnología, impulsar estas carreras en las niñas y adolescentes, generar sistemas de pasantías, garantizar el reconocimiento y la promoción de las científicas y profesionales, facilitar su acceso al ámbito laboral son algunas de las medidas necesarias. La equidad es un derecho. Pero también constituye un orden conveniente, porque contribuye a involucrar más y mejores talentos a un sector que –está visto– es clave para el desarrollo de nuestra comunidad. Así, derribar la brecha de género conduce a incorporar más ciencia y tecnología a la cadena productiva del país. Es necesario valorar y estimular el conocimiento, la creatividad y la innovación que tantas mujeres profesionales tienen para aportar. Estos prejuicios de género siempre fueron síntomas de debilidad, inseguridad e impericia de quienes los cimentaron. Tenemos que superarlos con convicciones, decisiones y resultados. Hagamos una ciencia mejor.
* Abogada y diputada provincial, provincia de Buenos Aires por el bloque Juntos.