En nuestra realidad, frecuentemente simplificada como bipolar, se tiende a creer que la preservación del patrimonio cultural y el negocio están en las antípodas, cuando deberíamos considerar que conservar y poner en valor este legado es definitivamente una muy buena inversión.
Lo repudiable es especular, a partir de una valorización incompleta o tendenciosa, y buscar como único objetivo que la rentabilidad deba ser inmediata, directa, aún a costa de sobreexplotar o destruir aquello que se pretende conservar.
Si una casa unifamiliar es valiosa porque refleja un momento de nuestra sociedad, porque es ejemplo de cómo se construían las viviendas en un determinado barrio, porque es parte de la obra de un arquitecto destacado, o por cualquiera de las múltiples razones que pueden darle significado, y se le construyen veinte pisos encima, o se la pinta con colores flúo y se la convierte en un emprendimiento comercial intensivo, no la estamos conservando, la estamos explotando y lo más seguro es que, una vez terminada la obra, nadie recuerde qué es lo que tenía de valor el edificio original.
Si tenía valores, ¿por qué no resaltarlos de modo de iluminar y expresar su mensaje? Y si los valores no se condicen ya con el del terrero, con el cambio de densidad edilicia o actividad de la zona, si su mensaje ya perdió sentido, ¿no sería más lógico (previa documentación y registro) demolerla y hacer algo totalmente nuevo y representativo del hoy? Esas decisiones no se pueden tomar a la ligera ni unilateralmente: autoridades, comunidad y especialistas capacitados de diferentes disciplinas deben debatir el futuro de la ciudad.
Acerca de las intervenciones en el patrimonio arquitectónico de Buenos Aires
Es importante recordar lo que el patrimonio cultural urbano significa para los habitantes de la ciudad: lleva nuestro ADN, expresa nuestra identidad. Su arquitectura, aún la más modesta, representa nuestro lugar en el mundo y nuestra manera de interpretarlo. Es la obra de las generaciones que nos precedieron, la de la nuestra y esperamos que la de las futuras.
Cuidar el legado recibido, enriquecerlo y pasarlo a los futuros habitantes es un compromiso social… Y también un buen negocio, porque aparte de su dimensión cultural está su dimensión material. Claro que no siempre los beneficios se podrán medir en dinero, sino en calidad de vida, en habitar una ciudad mejor.
¿Somos conscientes de que las cosas verdaderamente importantes de la vida (y de la ciudad) no tienen precio? ¡No se puede comprar tiempo, no se puede comprar historia, no se puede comprar autenticidad, no se puede comprar arraigo! Pero se puede invertir en sacar el mejor partido del tiempo, la historia, la autenticidad que Buenos Aires nos brinda con cada paso que damos por sus calles.
El patrimonio cultural de Buenos Aires también la hace atractiva para los visitantes, que durante su estadía no sólo pasean por sus sitios turísticos sino que consumen, compran y disfrutan de diversas actividades. Pero no eligen a la ciudad para consumir, comprar o gastar, sino porque la identidad patrimonial de Buenos Aires es distinta y única. Esta identidad compleja, rica y vibrante se refleja en su arquitectura, en los distintos estratos históricos y culturales que representa.
Invertir en la puesta en valor de los edificios y sitios que le confieren su particularidad, mantenerlos en buenas condiciones de uso, hacerles las intervenciones que necesiten sin alterar su carácter, es ofrecer a los visitantes razones para venir y volver. Y a los habitantes, la dignidad de bien-vivir en ella.
* Directora del Grupo de Investigación en Patrimonio de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Belgrano