Cada vez que se esconde una contradicción aflora un absolutismo peligroso. A un año de las elecciones el escenario político comienza a incorporar nuevas amenazas para los partidos tradicionales y, a su vez, la militancia online emerge dentro del voto joven. La Libertad Avanza capta un gran público adolescente que bajo las banderas de la libertad, se oponen a movimientos como el feminismo y otras luchas sociales. No es la primera vez que bajo la bandera del “liberalismo” ocurren alianzas entre liberales de izquierda y derecha.
Querer reducir el Estado -además de lo económico-, en lo social puede implicar dos polos: libertades individuales (legalización del aborto, de las drogas, entre otras) o fortalecimiento de instituciones por fuera del Estado: Iglesia y familia. Bajo la misma palabra, se buscan diferentes libertades. Por un lado, la concepción de que el Estado no puede controlar la vida individual (el propio manejo del cuerpo y de los consumos); por el otro, el Estado no puede controlar la vida individual, pero la Iglesia y la familia sí. La primera se arrima al “progresismo”, la segunda ya corresponde al conservadurismo. El problema surge cuando se confunden esas diferencias.
Ya en el siglo XIX se puede observar cómo las élites argentinas se auto reconocían como tutoras de la voluntad popular controlando los comicios hasta principios del siglo XX. Esta elite podía caracterizarse como una coalición entre los sectores liberales principalmente porteños y sectores conservadores del interior que se enraizaban en el PAN y que dominó la etapa de la “República Conservadora”. La concepción liberal era reconocida por la promoción de la libertad económica y la construcción de un Estado secularizado que a la vez legislaba en pos de una educación laica y universal promoviendo así la movilidad social. La concepción conservadora se mantenía en un tipo de sociedad jerárquica donde las tradiciones y los valores comunitarios debían sostenerse y no debía dejar margen para las rebeliones sociales que ya se suscitaban en la Europa previa al Estado Bismarckiano.
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Sin embargo es importante entender que la llegada de la democracia de masas suscitó en las diversas élites políticas la necesidad de redistribuir recursos para ganar las elecciones. En la famosa “década infame”, con la vuelta de los conservadores al poder por medio de instituciones militares y fraudes electorales, fue donde más se produjo divisiones entre los sectores tradicionales. El sector político promovía una extracción de magníficos recursos para hacer frente a un todavía poderoso Radicalismo proscripto.
El intervencionismo en la economía fue tal que generó un quiebre en la élite entre sectores que se fueron extremando en rechazo a la democracia liberal y abrazando el fascismo proveniente de Europa y de los sectores que promovían menos participación estatal en los mercados. No siempre corrieron de la mano las ideas conservadoras y liberales. Se fueron encontrando fuertemente en rechazo de un Estado que iba interviniendo y creando fuertes estructuras que limitaban el dominio de las fuerzas tradicionales y que rechazaban la modernización social.
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Si salimos de la historia argentina, hay una relación internacional entre liberalismo y feminismo (bandera que hoy mismo se critica desde los grupos proclamados como libertarios). Mary Wollstonecraft fue una de las pioneras en la lucha por la igualdad ante la ley en Inglaterra hace más de doscientos años. Bregando por el derecho al voto, la educación y la autonomía, escribió el texto fundador: “Vindicación de los Derechos de la Mujer” (1792). En el plano nacional, la lucha por el sufragio femenino también estuvo encabezada por mujeres liberales (y socialistas). Victoria Ocampo, liberal y antiperonista pedía por el aborto ya en el siglo pasado. De esta manera el feminismo y esta corriente política, no siempre estuvieron separados en la historia, pese a los grandes esfuerzos de partidos contemporáneos por pensarlos como antagónicos.
Si analizamos el público que se autoproclama como “libertario”, muchos pertenecen a un rango etario muy joven que participa activamente de una militancia online, que quizás difiere de las militancias de otras épocas. Sin enaltecer a otros partidos con mayor tradición de militancia (encuentros en asambleas, universidades o establecimientos del partido), muchas veces esto mismo permitía (y permite) historizar las corrientes políticas y enfrentarse a discusiones dentro de la misma ideología. El cara a cara no tiene las mismas resoluciones que el algoritmo. Nos preguntamos entonces si se tienen en cuenta estas diferencias, o si se elige desconocerlas. Esto último resulta sumamente peligroso. No hay nada mejor que la historia para salir de las falsas promesas y de las ideologías que se renuevan con nombres distintos.
* Inés Menéndez Hopenhayn es comunicadora, activista feminista, antropología en curso. Gonzalo Condis es politólogo, profesor de la UBA.